Visto de lejos, se puede asegurar que al escritor Gustavo Rodríguez no le ha ido nada mal. Si un factor transita por todos sus libros, este no es otro que su mirada puesta en la actualidad, pero no como elemento protagónico, tal y como se pudo apreciar principalmente en sus tres últimas novelas: Madrugada (2018), Treinta kilómetros a la medianoche (2022) y Cien cuyes, esta última ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2023.
“Me encuentro en un limbo que oscila entre la indignación y la ilusión. Si miro a corto plazo, me indigno porque hemos llegado a un nivel en el cual hemos colocado en los timones políticos a gente de la peor calaña, sin ninguna preparación. Si pienso en el corto plazo, me derrumbo y me indigno, pero si pienso en el largo plazo, siento que el país siempre ha estado en un péndulo, a veces acercándose a lo que se espera de una república y otras veces acercándose a la barbarie. Yo creo que será cuestión de tiempo para que la sociedad civil se reagrupe y los universitarios también reaccionen y podamos hacer algún tipo de reforma política”, dice Rodríguez sobre cómo se ubica en el presente contexto local, pautado por la polarización y la intolerancia a la opinión ajena.
Rodríguez no oculta su esperanza en que las cosas puedan cambiar, pero la suya es una esperanza crítica, con los pies en la tierra.
“Como editor de Jugo de Caigua, recibo muchas solicitudes de jóvenes profesionales, gente de algunos gremios que quieren participar con sus artículos, opiniones y sus ideas acerca de cómo organizar nuevos partidos políticos. Yo creo que la sociedad está discutiendo este tema en estos momentos y fruto de eso tarde o temprano, valga la redundancia, rendirá frutos, pero no encuentro nada concreto todavía. Si me preguntas si de aquí al 2026 hay una esperanza fundada en un hecho concreto, te digo que no. Así es el Perú, pues navegamos sin brújula, pero la tendencia es lo que termina por contar”.
Y añade: “El Gustavo Rodríguez que opina, escribe o edita, no es el escritor, es el ciudadano que sabe escribir, sin embargo, no puedo negar, ya que la literatura se nutre del conflicto, un lado perversamente beneficioso para los escritores: es el hecho de que se debe estar cocinando dentro de cada uno el escenario más favorable para después urdir tramas, ¿no? En mi caso, en mi literatura sí. Todo lo que acontece de negativo socialmente en mi país termina permeado en mis novelas por más que no traten directamente los temas que me ocupan”.
Acabamos de celebrar un aniversario patrio más y todo parece depender de algún milagro que impida que no reviente la burbuja de la tensa calma. En este sentido, ¿para Rodríguez el premio significó una suerte de consuelo personal? “Yo creo que en ese caso soy una persona escindida. Cuando el premio fue revelado, era el día más álgido de las protestas, el 19 enero, y fue lo primero que tuve que reconocer cuando me dieron la palabra. He tratado en lo posible, cada vez que me he expresado alrededor de Cien cuyes, de no tocar lo político, para no contaminar mi obra y no se piense que quiero aprovecharme de la violencia de mi país. Sin embargo, en los primeros meses, país al que iba me preguntaban por la situación política en Perú y obviamente tenía que responder. He tratado de mantener ambas dimensiones separadas, no he querido ser alguien que esté recordando constantemente lo que estamos viviendo”.
El manual del solipsismo señala que un autor consagrado tiene que estar desconectado de todo y solo enfocado en su obra, no obstante, para Rodríguez “el Perú me genera fascinación, tal y como la pueden ejercer los abismos. Cuando describo a Perú en mis ficciones, parezco enamorado de él, lo describo con fervor, cariño y admiración, sin embargo, no deja de aparecer la lamentación, el hecho de que estemos desperdiciando los dones que tenemos como posible nación”.
Son tiempos en los que se exige todo y los escritores no son ajenos a los deberes de las convicciones o mandatos ideológicos. ¿No se viene hablando en estos últimos meses de la figura del escritor comprometido? “Yo soy un escritor comprometido consigo mismo, no necesariamente con el contexto político y social. Creo que si un escritor comprometido tiene una sensibilidad social, pues eso va a tener que aparecer en su obra, pero yo creo en la libertad de cada quien para que escriba lo que le parezca relevante y urgente. En mi caso, estoy comprometido con lo que me preocupa y lo social me preocupa, pero no voy a señalar con el dedo a los que no tengan las mismas preocupaciones que yo”.
(Gabriel Ruiz Ortega).