En el prólogo de su nuevo libro, el escritor mexicano Juan Villoro consiga, quizá, uno de los leitmotiv más fuertes de su vocación literaria. Dice: “Escribir se convirtió para mí en una permanente carta al padre”. Nada más acertado. La insistencia de la figura paterna ha aparecido en parte de la obra de Villoro como un disparador que no solo tensiona a los personajes de varios de sus libros, sino también –por lo que ahora sabemos– al propio escritor.
En la novela Materia dispuesta, por ejemplo, las personalidades contrapuestas y enfrentadas de padre e hijo son comparadas con los dos lados de una toalla: el áspero y el terso. En el Arrecife, se alude al padre ausente y En la tierra de la gran promesa un sueño transmite una revelación paterna. Del mismo modo, en obras teatrales como Cremación, El filósofo declara o La desobediencia de Marte la presencia paterna atraviesa los relatos como un problema definitorio.
Este 2023, Juan Villoro concentra su obsesión en la publicación de su último libro La figura del mundo (Literatura Random House), un interesantísimo retrato y tratado intelectual sobre su padre, el filósofo barcelonés Luis Villoro. A medio camino entre el ensayo, la crónica, la novela, la entrevista, el reportaje y el perfil, La figura del mundo se presenta como una excelente hibridación de géneros que se ubica, en su conjunto, entre los mejores libros del ganador del Premio Herralde de Novela 2004.
Desde un plano confesional a la vez que intelectual, Juan Villoro reflexiona sobre la representación de la figura del padre en el mundo a través del suyo propio, ahondando no solo en el rol de Luis Villoro como pensador o teórico en la intelectualidad mexicana, sino también como ser humano, amante y padre de familia. Aunque en un principio, el autor de El vértigo horizontal insiste en plantear la dimensión más terrible de los padres con vocación intelectual (la egolatría, la falta de interés por los demás, el temperamento egoísta y demandante de los creadores/pensadores, el descuido familiar, el desdén por un orden doméstico y el ambiente tóxico que suele rodearlos), poco a poco el libro va tomando otra veta, mucho más amable y emocional, en donde se ilumina todo el recorrido mental y sentimental de su padre.
Solo así nos enteramos del carácter ausente, reservado, de Luis Villoro, de su dificultad para tender redes emocionales con sus hijos, de su rigor y estoicismo, de su severidad intelectual, de su proverbial aislamiento, de su insólita capacidad de filosofar hasta de la más mínima escena doméstica.
La figura del mundo parece responder así a una de las preguntas más antiguas y trágicas de la humanidad que ahora se la repite Juan Villoro: “¿Quién es mi padre?”. Lejos de ser una hagiografía o un ajuste de cuentas, el libro es una “construcción de sentido” que busca entender al padre mientras el narrador también trata de entenderse a sí mismo a través de él. Nada más antiguo, dice Villoro, nada más actual que un hijo hablando de su padre. Con La figura del mundo, padre e hijo se reencuentran y no solo dialogan entre ellos, sino también con todos los lectores que los acompañan, volviéndose un diálogo que se expande, que abre puentes y que rompe fronteras, conectando una generación y otra. Solo de esta forma, Villoro se une a esa gran genealogía de autores que han escrito sobre el mismo tema con estupendos resultados estéticos: Philip Roth, Kafka, Knausgard, J. R. Ackerley, Joseph Roth, Mario Vargas Llosa o Dostoievsky con El adolescente o Los hermanos Karamazov. Todos ellos le dan la bienvenida al club. Villoro no los decepcionará.
(J. J. Maldonado).