El próximo jueves 26 de octubre, aparecerá la nueva novela de Mario Vargas Llosa, Le dedico mi silencio (Alfaguara). Esta publicación se da en un año particularmente especial para el Nobel de Literatura 2010: en este 2023 Vargas Llosa hizo historia al ingresar a la Academia Francesa, si nos referimos al espectro cultural; y en cuanto a lo personal, el escritor regresó con Patricia Llosa tras estar separados siete años.
Si hacemos un recuento fugaz a su vida y obra, compuesta por obras maestras (siete novelas lo son, sin referirnos a las novelas que llevan el rótulo de “muy buenas”), ensayos que irritan o fascinan dependiendo del gusto del lector, con un tránsito vital que lo llevó a ser candidato presidencial, dueño de una elevada pasión por la vida (hay que tener pasión para casarse con la tía y la prima, a saber), defensor de sus convicciones, las cuales lo han llevado a enemistarse con medio mundo; feroz crítico de las dictaduras de derecha e izquierda y un idealista de armas tomar: ama tanto al Perú que tuvo que votar por Keiko Fujimori para no ser parte de esa catástrofe anunciada llamada Pedro Castillo (no hay que olvidar que Dina Boluarte era parte de la plancha del Sombrero). En este último punto, los hechos avalan a Vargas Llosa, no la realidad paralela.
Como buen discípulo de André Malraux, Vargas Llosa no puede estar ajeno a las incidencias de su tiempo y ese tiempo presente-futuro no es otro que Perú y Le dedico mi silencio —por la información que se tiene en la red y por el adelanto de un fragmento del primer capítulo en Babelia— está ambientada a inicios de los años noventa, “en plena ofensiva terrorista” de Sendero Luminoso. Este es el escenario en el que Toño Azpilcueta investiga la vida del músico Lalo Molfino y en el que se propone escribir un libro de la historia de la música criolla.
Desde hace algunos años, se viene señalando, en los sectores de la crítica local e hispanoamericana, que las últimas novelas de Vargas Llosa no están a la altura de las más reconocidas. Obvio. Pero los lectores no se hacen problemas. Los que sí se hacen bolitas son los intelectuales y escritores de izquierda (la mayoría de las veces) que saltan al techo cada vez que escuchan/leen/respiran/visionan/sueñan el nombre de Vargas Llosa. Está claro que novelas como El héroe discreto (2013) y Cinco esquinas (2016) no pueden lidiar con mastodontes como La ciudad y los perros (1963) o La casa verde (1966). Sin embargo, en esta verdad hay una trampa: se compara la obra actual con la referencial del autor, lo cual es válido, pero habría que empezar a compararla con la producción novelística hispanoamericana que se viene produciendo para constatar su valor. En ese escenario tendríamos varias sorpresas a favor de El héroe discreto y Cinco esquinas: proyectan frescura narrativa y temática actual.
En cierta ocasión, el escritor español Francisco Umbral dijo que Vargas Llosa era un ensayista que escribía novelas. Ironías de lado, el ensayo es un recurso silencioso en la ficción vargasllosiana y este tiene un especial protagonismo en las dos novelas acabadas de mencionar: el ánimo plástico/versátil del ensayo les quitó densidad a la morfología narrativa y estelaridad a la estructura formal, puesto que el propósito del Nobel de Literatura no era otro que privilegiar la historia. Son novelas que en sus coordenadas son muy entretenidas y no dejan de serlo así sean logradas o no. Pero también proyectan una lectura del Perú de hoy. Por ejemplo: ¿no es la extorsión —flagelo de la sociedad peruana— uno de los temas de El héroe discreto? ¿Hay acaso novela peruana o hispanoamericana contemporánea con un inicio arriesgado como el de Cinco esquinas: con dos mujeres haciendo el amor? Cinco esquinas es también una profecía: la degradación moral del Perú en tiempo real.
Muchos tópicos de la agenda política y cultural que se discuten en el presente, Vargas Llosa ya los desgranaba en su ficción última. Le dedico mi silencio sigue esa ruta (si llega o no a buen puerto, lo deciden los lectores), que bien podría cerrar una trilogía novelística sobre el Perú de entre siglos. Juntas son dinamita: hay una mirada balzaciana (sin sano colesterol) y social del país. Son novelas pautadas por la urgencia del escritor comprometido con su tiempo y que quiere dejar un testimonio del mismo. Cabe preguntarse lo siguiente: ¿estas novelas conforman el legado del escritor a los peruanos nacidos a partir de 1990 (quizá de ahí provengan algunas concesiones en favor de un interés mayor)? El tiempo lo dirá.
Aquí hay algunas razones para leer la última novela de Vargas Llosa.
(Gabriel Ruiz Ortega).