MADRID, 5 Oct. (EUROPA PRESS) –
El premio Nobel de la Paz reconoce cada año los logros o luchas de personas o entidades, con un simbólico galardón que puede también poner el foco en los retos pendientes. En la edición de 2023, sin grandes hitos para la paz en los últimos doce meses, dicho foco parece estar puesto en el activismo y en desafíos como el cambio climático.
Para la edición de este año, se han formalizado un total de 351 candidaturas, en su mayoría (259) correspondientes a personas a título individual. El plazo de inscripción concluyó en febrero y el secretismo del proceso empieza por la propia lista, sellada hasta dentro de 50 años.
Se trata de la segunda terna más multitudinaria de la historia –sólo superada por las 376 candidaturas de 2016– y el Comité Noruego tiene ante sí el reto de estampar el nombre (pueden ser varios) de quien se sumará a un palmarés que se inició en 1901 con el fundador de Cruz Roja, Henry Dunant, y el activista Frédéric Passy.
En 2022, un año marcado por la agresión rusa sobre territorio ucraniano, el Comité optó por premiar el activismo del bielorruso Ales Bialiatski, la ONG rusa Memorial y el Centro para las Libertades Civiles de Ucrania, pero los expertos apuestan en esta ocasión por salir de esta órbita para evidenciar que hay otras emergencias acuciantes.
El director del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), Dan Smith, admite en una entrevista a Europa Press que “la guerra en Ucrania atrae mucha atención” y, “quizás”, el Nobel vuelva a tenerlo en cuenta este año, pero cree que es el año del cambio climático.
“Uno, porque es una crisis global. Dos, porque el Sur quiere que se le preste más atención. Tres, porque hay pruebas claras de que el cambio climático contribuye a la inestabilidad social. Cuatro, porque necesitamos más y mejor cooperación internacional para resolver el problema”, expone.
Sus apuestas en esta campo van por algún tipo de “premio global” en el que alude a Fridays for Future, el movimiento iniciado por la joven sueca Greta Thunberg. En cuanto a personas concretas, cita el nombre de Raoni Metuktire, líder del pueblo kayapó y figura de prestigio en la defensa de los derechos indígenas y de la Amazonia.
También apunta a potenciales candidatos en la lucha aborigen el director del Instituto de Investigación para la Paz de Oslo (PRIO), Henrik Urdal, que ha incluido a la filipina Victoria Tauli-Corpuz, relatora de Naciones Unidas para los derechos de los pueblos indígenas, y al ecuatoriano Juan Carlos Jintiach, líder de la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), en una lista de potenciales ganadores del Nobel.
La lista de Urdal concede hueco a activistas como la iraní Narges Mohammadi y la afgana Mahbouba Seraj, que defienden los Derechos Humanos y, en particular, los de las mujeres, junto a otras opciones como la Corte Internacional de Justicia, el Grupo de Análisis de Datos de Derechos Humanos (HRDAG, por sus siglas en inglés) o representantes de la lucha por la democracia en Birmania como el diplomático Kyaw Moe Tun y el Consejo Consultivo de la Unidad Nacional.
Urdal, sin embargo, cree que es el año de los activistas: “La historia nos ha demostrado que el respeto por los Derechos Humanos está intrínsecamente relacionado con sociedades pacíficas”. “La lucha no violenta es por tanto una contribución valiosa a la paz y la estabilidad y un avance de la ‘hermandad entre naciones’, como estipuló Alfred Nobel en su testamento”, argumenta.
PREMIO A UN POLÍTICO
El Nobel no tiene marcha atrás. Una vez concedido, el Comité Noruego no lo retira, independientemente de lo que la persona u organización premiada haga ‘a posteriori’, como ya dejó claro en los últimos años con casos polémicos como el de la líder birmana Aung San Suu Kyi o el etíope Abiy Ahmed.
El jefe de SIPRI señala que el primer ministro de Etiopía logró la paz sólo en “una dimensión” del conflicto –el frente abierto con Eritrea–, pero ahora puede ser señalado como partícipe en una “guerra civil”, y se pregunta igualmente si el exmandatario estadounidense Barack Obama, reconocido cuando apenas había comenzado su mandato, fue “el gran presidente de paz de nuestro tiempo”.
Desde que en 1906 fuese reconocido el entonces presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, premiar a un dirigente ha sido siempre motivo de controversia. “Es algo arriesgado dar el premio a políticos en ejercicio”, afirma Smith, que descarta por completo un posible aval al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, “líder de un país en guerra”, por mucho que “no quisiera” el conflicto.
CURIOSIDADES
Desde su constitución, el Nobel de la Paz se ha entregado en 103 ocasiones para reconocer a 110 individuos y 30 organizaciones. El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) figura en cabeza con tres premios, mientras que sigue siendo palpable la ausencia de mujeres en la lista –apenas 18 en más de un siglo–.
Técnicamente, no existen vetos a las candidaturas, de tal manera que pueden ser propuestos para el premio líderes que objetivamente hayan actuado incluso en contra del respeto de los Derechos Humanos. Según la organización, Joseph Stalin y Adolf Hitler son las personas que más candidaturas acumulan, junto al pacifista indio Mahatma Gandhi.
No obstante, los estatutos de la Fundación Nobel contemplan dejar vacante el premio en el que caso de que ninguno de los candidatos cumpla unos mínimos estándares a ojos de este selecto grupo. Así ha sido en 19 ocasiones, siendo 1972 la última vez que el Comité Noruego decidió dejar en blanco el sobre.
Sólo en una ocasión, en 1973, un galardonado rechazó el premio. El político vietnamita Le Duc Tho declinó el homenaje que el Comité Noruego le quería brindar junto al estadounidense Henry Kissinger por la negociación del acuerdo de paz, alegando la situación política interna del país asiático.