La firma lo hizo oficial el 3 de julio: el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) dispuso un aumento que más que duplicó el sueldo de la presidenta Dina Boluarte, pasando de S/ 15 600 a S/ 35 568 mensuales. Al tipo de cambio actual, eso equivale a más de USD 10 000 por mes, lo que la convierte en una de las mandatarias mejor remuneradas de América Latina. En un país donde casi el 30 % de la población vive en pobreza y el ingreso promedio mensual no llega a S/ 1700, la decisión cayó como una bomba, aunque en marzo esta revista publicó la primicia sobre la materia (CARETAS 2721).
La indignación pública fue inmediata. Y con razón. La paradoja es evidente: la presidenta con el nivel de aprobación más bajo de la región –que ronda el 3 % según diversas encuestas– ahora recibe un salario superior al de mandatarios que lideran economías más robustas y gozan de mayor respaldo político. Con su nuevo salario, Dina Boluarte gana el equivalente a 17 veces el PBI per cápita del Perú, estimado en poco más de USD 7000 anuales. Es una proporción superior a la de muchos de sus pares regionales. En Uruguay, por ejemplo, el presidente Yamandú Orsi gana más de USD 22 000 al mes, pero el PBI per cápita de su país supera los USD 23 000 anuales, lo que reduce esa relación a 11 veces. En Costa Rica, Rodrigo Chaves percibe casi USD 11 000, pero la economía también es más desarrollada.
Boluarte también percibe S/ 5000 adicionales al mes por concepto de tarjeta de alimentación, sumando en la práctica más de S/ 40 000 mensuales. Y a diferencia de otros presidentes, no fue elegida en las urnas: asumió el cargo tras la destitución de Pedro Castillo en diciembre de 2022. Paradójicamente, presidentes que cobran menos lo hacen mejor: Claudia Sheinbaum en México (USD 9994 mensuales) tiene una aprobación por encima del 50 %. Gabriel Boric en Chile (USD 8000) ha implementado reformas clave sin aumentar su sueldo. Incluso Javier Milei, con sueldos más austeros y una economía más golpeada, ha optado por el discurso del sacrificio compartido.