La Nueva Agenda | Editorial

Un argumento a favor del optimismo nacional.
MEF Contreras y la necesidad de marcar un derrotero en medio del desaliento.

El BCR se alineó con la realidad y su pronóstico de crecimiento para el 2023 se redujo de 2,3 % a 0,9 %. El retroceso de la inversión privada, anticipado en -5,3 %, explica en buena medida la situación. La languidez del consumo privado, la caída de casi 14% en la recaudación tributaria hasta agosto y una ligera disminución de 0,2% en las exportaciones a ese mismo mes son otros preocupantes indicadores.

América Latina tampoco ostenta las cifras de hace unos pocos lustros. Las proyecciones de CEPAL adelantan un crecimiento promedio de 1,7 %. El Perú, otrora estrella continental, se ubica ahora a la mitad de una discreta tabla, con crecimiento similar al de Colombia y Uruguay. Peor les irá a Argentina, con un menos 3% que explica en parte el fenómeno Milei, y Chile que marcará -2 %.

Se trata de un panorama desalentador, enmarcado en el indetenible deterioro de la vida política. Hubiera sido mucho peor con Pedro Castillo en el poder, pero lo que ha quedado no puede satisfacer más que a algunos congresistas.

¿Se puede pecar de optimista en estas circunstancias?

El titular del MEF, Álex Contreras, enfrentó la ira de los titulares por recomendar el arroz con mariscos y el chicharrón de calamar por encima del sacrosanto cebiche encarecido debido al precio del limón. Lo que buscaba era no hacerles el juego a los especuladores, pero la exprimida le salpicó en el ojo.

Su receta salió mejor al anunciar el crédito suplementario de S/ 4980 millones para enfrentar el Niño Global, luchar contra la anemia e impulsar la recuperación regional. Medio perdido entre sus declaraciones estuvo el anuncio de los proyectos claves en agenda: el hub portuario de América Latina, el impulso a la Amazonía, la masificación del gas, la industria petroquímica y la mesa ejecutiva para el desarrollo de la industria del hidrógeno verde que será lanzada esta semana.

Contreras reconoció que Chile, Colombia y Uruguay han tomado la delantera en la materia y que el mundo se encamina hacia la producción de energías limpias.

Como puede leerse en el informe que CARETAS publica sobre Perumin, a la vuelta de la esquina se viene un boom de metales verdes que sustentará la transición energética y que tiene al cobre como rey. Se augura un período de precios altos y demanda sostenida de ese y otros metales que puede ir más allá del 2050.

Un formidable potencial que encuentra al sector mine[1]ro formal atascado en la tramitología y con proyectos nuevos largamente atrasados en su entrada de operaciones.

A ello se suma que la industria ya pasa por su propia transición energética, que tiene en Quellaveco su punta de lanza, con el 100 % de su energía proveniente de una planta eólica. El debate sobre el uso de agua para la minería pasará así a mejor vida (a pesar de ello, el Congreso rechazó el proyecto de ley para facilitar a las energías alternativas competir con las tradicionales por los contratos de suministro).

Tras la recuperación de la democracia, el Perú experimentó un salto de optimismo con la apertura al mundo. Los tratados de libre comercio expandieron la economía y se encendieron motores que no existían, como el de la agroexportación. Luego de años de altibajos, hoy la agenda verde concita una verdadera atención mundial, con el movimiento económico que implica. Y el país tiene las dos asas de la olla: la Amazonía es el gran reservorio planetario de carbono y la minería suministrará lo necesario para esa transición que frene las emisiones de dióxido de carbono y detenga el calentamiento global.

Allí están los recursos para cerrar las brechas persistentes, siempre y cuando el aparato público recupere su capacidad de iniciativa y salga de la anomia que lo tiene postrado. La presidenta Dina Boluarte pronunció un correcto discurso ante la Asamblea de Naciones Unidas que contiene algunos de estos elementos, pero nada indica que la locomotora del liderazgo venga por allí.

Las voces valiosas de la academia, las regiones, la socie[1]dad civil y el sector privado deben encontrar sus plataformas. Esperar al 2026 es perder demasiado tiempo.

¿Y qué tal si dejamos de prestar tanta atención a la miseria de los “mochasueldos” e impulsamos la nueva agenda que el país requiere?