Editorial | La silla

PCM Otárola en acto de la Policía el 5 de julio, en la Plaza Mayor.
Fujimori y su corte forzaban la figura inconstitucional de la re-reelección.

Editorial

Hace 24 años, el reportero gráfico Óscar Medrano captó lo que terminó siendo la primera “súper carátula” de CARETAS, desplegada en el equivalente a tres páginas. Por entonces, Alberto Fujimori y su corte forzaban la figura inconstitucional de la re-reelección. Y, a pesar de su ambición, la silla le quedaba incómodamente grande.

Esta vez, el ojo de Víctor Ch. Vargas congeló la instantánea que es tanto déjà vu como foto del momento.

Alberto Otárola no es un autócrata. Pero una carambola del destino lo puso en una posición expectante, donde le tocaba suplir la clamorosa falta de experiencia de quien asumió la Presidencia de la República.

El encarcelado Pedro Castillo les dejó la vara por los suelos. Aun así, hasta ahora el gobierno tiene muy poco que mostrar. Comenzó con un gabinete aceptable en las sumas y restas, pero desde entonces una serie de nombramientos ha depreciado notablemente su desempeño en la gestión pública.

Tampoco respondió con diligencia a su bautizo de sangre con los muertos durante las protestas. Lejos de incentivar investigaciones propias y hacerlas públicas, le dejó el trabajo a un lento Ministerio Público que recién hoy demanda que se den a conocer las pesquisas de las Fuerzas Armadas y la Policía.

De un país que padeció durante seis años la guerra sin cuartel entre Ejecutivo y Legislativo, se ha pasado a una convivencia por las peores razones. Esta semana, por ejemplo, el Ejecutivo desmontó vía Decreto Supremo el Sistema Nacional de Evaluación, Acreditación y Certificación de la Calidad Educativa, Sineace, que tras la liquidación de la Sunedu por parte del Congreso constituía una esperanza para mantener viva la reforma educativa. Un proceso en su momento impulsado por el gobierno del que antes formó parte el actual PCM.

Como lo remarca en esta edición, el expresidente Francisco Sagasti es reacio a dar consejos no solicitados. Pero sí observa que el gobierno no usa las poderosas herramientas con las que cuenta para ejercer el poder de forma más autónoma y tomar distancia de un servinacuy cuya factura es cada día más abultada.

Si la presidenta no maneja esos conceptos con suficiencia y Otárola se va a quedar en su silla, bien haría el primer ministro en impulsar una agenda de fiestas patrias que relance a este alicaído gobierno.

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