Mensaje del Santo Padre León XIV con ocasión de la obra ‘Proyecto Ugaz’
Estimados hermanos y hermanas:
Con profundo respeto y reconocimiento, poco más de un mes del inicio de mi Pontificado, pero recordando con gratitud los casi 40 años desde mi primera misión vivida en el Perú, me uno al estreno de la obra Proyecto Ugaz, que da voz y rostro a un dolor silenciado durante demasiado tiempo.
Esta obra no es solo teatro: es memoria, denuncia, y sobre todo, un acto de justicia. A través de ella, las víctimas de la extinta familia espiritual del Sodalicio y los periodistas que las han acompañado —con valentía, paciencia y fidelidad a la verdad— iluminan el rostro herido pero esperanzado de la Iglesia.
La lucha de ustedes por la justicia es también la lucha de la Iglesia. Porque como escribí años atrás, “una fe que no toca las heridas del cuerpo y del alma humana, es una fe que no ha conocido aún el Evangelio”. Hoy, esa herida la reconocemos en tantos niños, jóvenes y adultos que fueron traicionados donde buscaban consuelo; y también en aquellos que arriesgaron su libertad y su nombre para que la verdad no fuera enterrada.
Quiero agradecer a quienes han perseverado en esta causa, incluso cuando fueron ignorados, descalificados o incluso perseguidos judicialmente. Como dijo el Papa Francisco en su Carta al Pueblo de Dios en agosto de 2018: “El dolor de las víctimas y de sus familias es también nuestro dolor, y por tanto es urgente reafirmar nuestro compromiso para garantizar la protección de los menores y de los adultos vulnerables.” En esa misma carta, mi Predecesor, que habló de la estimulante diferencia entre el delito y la corrupción, nos llamó a todos a una conversión eclesial profunda. Esa conversión no es retórica, sino camino concreto de humildad, verdad y reparación.
La prevención y el cuidado no son una estrategia pastoral: son el corazón del Evangelio. Es urgente arraigar en toda la Iglesia una cultura de la prevención que no tolere ninguna forma de abuso —ni de poder o de autoridad, ni de conciencia o espiritual, ni sexual. Esta cultura solo será auténtica si nace de una vigilancia activa, de procesos transparentes y de una escucha sincera a los que han sido heridos.
Para ello necesitamos a los periodistas. Hoy quisiera agradecer particularmente a Paola Ugaz por su valentía en acudir el 10 de noviembre de 2022 al Papa Francisco y pedirle amparo ante unos ataques injustos que sufría junto a otros tres periodistas, Pedro Salinas, Daniel Yovera y Patricia Lachira por denunciar los abusos cometidos por parte de un grupo eclesial radicado en varios países pero nacido en Perú. Entre las numerosas víctimas de abusos, también las había de abusos económicos, los comuneros de Catacaos y Castilla, lo cual hacía aún más intolerable lo denunciado.
Desde el inicio de mi pontificado, cuando tuve el privilegio de dirigirme por vez primera a los periodistas reunidos tras el cónclave, subrayé que “la verdad no es propiedad de nadie, pero sí es responsabilidad de todos buscarla, custodiarla y servirla”. Aquel encuentro fue más que un saludo protocolario: fue una reafirmación de la misión sagrada de quienes, desde el oficio periodístico, se convierten en puentes entre los hechos y la conciencia de los pueblos. Incluso con grandes dificultades.
Hoy, vuelvo a elevar la voz con preocupación y esperanza al mirar hacia mi amado pueblo del Perú. En este tiempo de profundas tensiones institucionales y sociales, defender el periodismo libre y ético no es solo un acto de justicia, sino un deber de todos aquellos que anhelan una democracia sólida y participativa.
La cultura del encuentro no se edifica con discursos vacíos ni con relatos manipulados, sino con hechos narrados con objetividad, rigor, respeto y valentía.
Exhortamos, pues, a las autoridades del Perú, a la sociedad civil y a cada ciudadano a proteger a quienes, desde las radios comunitarias hasta los grandes medios desde las zonas rurales hasta la capital, informan con integridad y coraje. Donde se silencia a un periodista, se debilita el alma democrática de un país.
La libertad de prensa es un bien común irrenunciable. Los que ejercen esta vocación con conciencia no pueden ver apagada su voz por intereses mezquinos o por miedo a la verdad.
A todos los comunicadores peruanos me atrevo a decirles con afecto pastoral: no teman. Con su trabajo pueden ser artífices de paz, unidad y diálogo social. Sean sembradores de luz en medio de las sombras.
Por ello, hago mis votos para que esta obra sea un acto de memoria, pero también un signo profético. Que despierte corazones, remueva conciencias, y nos ayude a construir una Iglesia donde nadie más deba sufrir en silencio, y donde la verdad no sea vista como amenaza, sino como camino de liberación.
Con mi oración, mi afecto y mi bendición apostólica,
León PP. XIV
Roma, 2025