Por: Ricardo González Vigil
Aplaudamos a la Academia Peruana de la Lengua por su flamante colección Clásicos de la Literatura Peruana. La ha iniciado con una obra del autor más pertinente, dada su participación central en la fundación de dicha academia, con el respaldo de la Real Academia Española: el gran escritor Ricardo Palma. Más aún, posee el valor agregado de brindar un rescate bibliográfico: La semana. Crónicas político-festivas en el diario “El Nacional” (Lima, 1867). Una edición esmerada a cargo –redoblemos los aplausos– de Oswaldo Holguín Callo, el mayor estudioso de la vida y obra de Palma.
Miembro de número de las Academias Peruana de la Lengua y Nacional de la Historia, además de integrante de otras importantes instituciones (entre ellas, el Instituto Ricardo Palma y el Patronato de la Casa Museo Ricardo Palma), el historiador Holguín Callo, a quien debemos numerosos aportes palmistas desde hace cuatro décadas, suma ahora la compilación de las 25 crónicas sabatinas que Palma publicó, bajo el membrete de “La Semana”, en el diario liberal El Nacional, entonces el segundo más importante de Lima: “desconocidas hasta hoy, perdidas y olvidadas (…) un corpus totalmente novedoso” (p. 13).
En su estudio preliminar, Holguín Callo prueba la autoría de Palma de esas páginas sin firmar (“tales escritos solían aparecer anónimos”, p. 13), aborda su temática y fuentes, así como su valor literario: “haciendo gala de competencia y dominio de lenguaje, y de cuidado y pulimento extremados (…) el empleo de digresiones, divagaciones y relatos breves a manera de historias ejemplares”, todo conforme a la “estrategia que ya había probado exitosamente en sus tradiciones” (p. 26). Efectivamente en 1867 ya había madurado el estilo originalísimo de Palma en sus tradiciones, y dicho estilo brilla deleitosamente en “La Semana”, plasmando uno de los mejores ejemplos peruanos de literatura satírica sobre la actualidad política.
Las oportunas notas de Holguín Callo esclarecen las personas y acontecimientos a los que alude Palma. Especial atención le dedica, en su estudio introductorio, a las pullas que intercambió con el destacado satírico, de venenoso ingenio, Juan de Arona (Pedro Paz Soldán y Unanue), motivadas porque el tradicionista zahirió a su padre Pedro Paz Soldán y Ureta, presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Hacienda.
Resulta patente que la actualidad que Palma enfocaba antaño sigue siendo actual, cambiando las personas y las agrupaciones políticas, en cada caso. Veamos:
“Pero ¿qué he dicho hasta ahora? (…)
“Nada, como lo que contienen las arcas del Estado desde hace tres meses, en que la sindineritis campea por estos trigos y los pensionistas se alimentan de esperanzas.
“Nada, como lo que existe en el cerebro de algún gran hombre público.
“Nada, como la parola de algunos padres conscriptos, muy señores y dueños míos, que tienen vacíos los aposentos de la cabeza” (p. 61)
Ante una sublevación en Puno, comenta con agudeza tan ingeniosa como penetrante: “las causas que la han motivado son harto notorias y bien claro se percibe que esa pobre raza indígena, siempre asendereada y maltraída por el despotismo y la arbitrariedad de los blancos, que la tienen hace tres siglos más sujeta que cerrojo, se cansó a la postre de recibir lecciones en cartilla de acebuche y ha dicho una vez por todas: ¡Alto el tango! (…) y que sepan los autócratas de la sierra dónde les ajusta el zapato” (p. 62). Se enciende el liberalismo político de Palma y arremete contra el proyecto de ley presentado por los diputados José Luis Quiñones, Federico Luna y Santiago Riquelme, “empestillados en que se lleve adelante, contra viento y marea, su proyecto de exterminio para esa mala pécora que se llama indiada” (p. 63), propinándoles la siguiente copla demoledora:
Que la ley Quiñones-Luna
O sino Luna-Quiñones,
Mejor que una ley es una
Batería de cañones”.