Falleció Charlie Kirk, uno de los activistas conservadores más populares de los últimos tiempos, fundador de la organización Turning Point USA y muy cercano al presidente Donald Trump.
A pesar de no compartir muchas de sus ideas, le reconozco dos virtudes cada vez más escasas en la esfera política actual. La primera es la facilidad de palabra para llegar a las masas y hacer de los debates una actividad dinámica que invita a participar a más personas. La segunda es más subjetiva y tiene que ver con el carisma. Algo difícil de ver en el Partido Republicano.
Estos patrones, sumados a ciertas declaraciones obvias o hasta tontas, hicieron que lo parodiaran en la serie estadounidense South Park, donde exageraban su postura religiosa con Biblia en mano y el ego de ser supuestamente alguien que debate muy bien.
Es cierto que tenía ciertas visiones simplistas sobre grandes problemas como la inmigración ilegal o las problemáticas de la población afroamericana. Además, sorprendía mucho ciertos postureos de superioridad que mostraba al ganarle a universitarios estadounidenses, un grupo especialmente propenso a la confusión ideológica. No había mucho mérito.
Pero es en estas dinámicas donde se podía ver una muestra de grandeza al resaltar que su motor principal era el debate de ideas y no promover el odio a personas, como sí lo han hecho otros sujetos.
Parece increíble tener que resaltarlo, pero la cada vez más incendiaria situación política merece que se le dé un repaso: nadie debe ser asesinado por defender sus creencias. Esto es un no negociable que, lamentablemente, cada vez más se pone en tela de juicio.
La censura en los campus universitarios es una actividad que se viene promoviendo desde hace años, bloqueando frecuentemente discursos conservadores que un grupo de estudiantes radicalizados considera inadecuados. De hecho, en esta ocasión se habían juntado seis mil firmas de alumnos para evitar el discurso de Kirk. Una lógica absurda, porque los campus universitarios son los escenarios precisos para fomentar el debate enriquecedor de ideas.
Las imágenes que circulan desde el miércoles estremecen. Un hombre discute ideas, micrófono en mano, ignorando que un disparo a la garganta —frente a su esposa y sus hijos— está a segundos de terminar su vida. Nada lo justifica. Nada.
Dean Withers, comentarista liberal de 21 años y conocido rival de Charlie Kirk en redes, ofreció lo que podría llamarse una de las reacciones más humanas y reveladoras tras la noticia. En vivo, lloró frente a más de 250,000 personas, y expresó con claridad: “Estoy triste, angustiado… en serio, lloré en mi livestream”. Aunque ha sido un crítico abierto de muchas de las ideas de Kirk, dijo que nadie merece morir así, mucho menos delante de su esposa e hijos. “La violencia armada siempre es repugnante, siempre vil, y siempre abominable”, sostuvo Withers.
Esto no queda como un hecho aislado. Se vuelve una muy mala costumbre el querer silenciar voces de políticos y activistas con pólvora en lugar de hacerlo con palabras. Los precedentes recientes sorprenden: Miguel Uribe Urday en Colombia, Fernando Villavicencio en Ecuador, Shinzo Abe en Japón y los fallidos intentos contra Donald Trump y Jair Bolsonaro. Todas estas muertes siendo sádicamente aplaudidas por sectores radicales y sin escrúpulos.
Es cierto que en estos tiempos se viven situaciones altamente violentas y complejas. Pero no por eso se puede glorificar la violencia. Se está deshumanizando a los oponentes políticos y nos estamos deshumanizando nosotros mismos.
Y este comentario no es exageración. Tras la muerte de Kirk, una muy buena cantidad de usuarios se grabaron burlándose, celebrando y diciendo que obtuvo lo que merece. Esto en base a su “discurso de odio”, amparándose, entre otras cosas, en una frase donde defendió el derecho de la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos (aquella donde se defiende la posesión de armas). El fallecido activista dijo textualmente: “Lamentablemente las muertes por armas de fuego valen la pena por la preservación de los derechos de la Segunda Enmienda”, respondió en 2023 después de un tiroteo en una escuela de Nashville (Tennessee), que dejó seis difuntos, incluidos niños.
Fue una frase algo torpe e insensible, pero no una invitación al asesinato. Y menos aún, una excusa para celebrar su ejecución.
De igual manera, los activistas más extremistas y fanáticos como Alex Jones, director del sitio web Infowars, así como Steve Bannon, exasesor de Donald Trump, dijeron que el asesinato de Kirk significaba la guerra. Foros de internet se dedicaron también a identificar y amenazar a los usuarios que se burlaron y celebraron la muerte de Kirk, despertando alarmas de posibles atentados.
La vida de Kirk ya fue tomada en nombre de una retorcida cruzada intolerante que quiere hacer de los debates algo innecesario con el poder de las armas. Las ideas son mucho más poderosas, las armas solo silencian. La respuesta de los extremistas conservadores no tiene por qué ser equivalente, no es algo que hubiera deseado Kirk. Esto no puede ni debe reinterpretarse como un llamado de guerra. Después de todo, la historia de la humanidad nos enseña que la violencia solo genera más violencia.
Charlie Kirk fue un personaje polémico, sin duda. Pero también fue alguien que desde muy joven —a los 23 años, como el orador más joven en la Convención Nacional Republicana de 2016— entendió el poder de las palabras. Las usó para confrontar, para provocar, pero también para convocar. Que haya muerto a manos de la violencia política no debería pasar desapercibido, ni celebrarse, ni ser banalizado. Porque cuando alguien muere por decir lo que piensa, lo que queda en peligro es el derecho de todos a hacerlo.