Loreto: «¿Soy pelacara o no?»

Hace algunos años fotografiaba las estrellas en Saramurillo, una comunidad nativa a orillas del río Marañón, cuando tres hombres me interpelaron en el camino preguntándome quién era y qué hacía. Mis respuestas fueron satisfactorias y nos despedimos tras su advertencia de que tuviera cuidado ya que me podían confundir con un pelacara.

¿Qué es un pelacara? En los pueblos amazónicos peruanos, especialmente en las comunidades aledañas a las diferentes actividades económicas (en su mayoría extractivistas, legales o ilegales) la figura del pelacara viene apareciendo regularmente en momentos de tensión social. Se les presenta como seres extranjeros de grandes proporciones y equipados con trajes y armas que los hacen invulnerables a las escopetas de caza que tienen los pobladores de la ribera. Se acercan en la noche y cometen secuestros para extraer los órganos humanos y la sangre a sus víctimas, y se caracterizan por arrancarles la piel del rostro, lo que les da el nombre. Manejan vehículos de gran potencia y luces deslumbrantes que lo mismo se desplazan por agua que por aire, y ya ni en los paisanos se puede confiar porque el relato habla de que pueden trabajar al servicio de los pelacaras. Ahora, las redes sociales y los medios de comunicación masiva han ido más allá y los presentan como extraterrestres y naves espaciales.

Mural representando a un pelacara en Nauta, obra de la Escuela de Arte Purawa dirigida por Casilda Pinche.

En la Amazonía la sociedad tiende a trasmitir su información a través del relato, fruto de la tradición oral de los pueblos indígenas. Así tenemos historias como las del bufeo colorado; el tigre negro; las ciudades sumergidas; las muyunas, sus puertas de entrada. Incluso en el ámbito más urbano se encuentran otras como las de José Centeno, en cuya tumba del Cementerio General se dice que reposan los restos de Adolf Hitler, que no se suicidó en Berlín, sino que escapó y llegó a Iquitos donde trabajó en la fábrica de botones.

Todas las historias son fantásticas e increíbles, pero detrás de cada una de ellas suele haber un fondo de realidad terrible que las convierte en una forma de enseñar y advertir sobre los peligros a los que se enfrenta la población, peligros que van evolucionando con los tiempos y las circunstancias. Las historias viajan de los tiempos del caucho a los del petróleo o el narcotráfico; son las mismas historias, pero las gentes las entienden y aplican a su momento.

Nadie cree que un bufeo se aparezca en el baile vestido de gringo con su sombrero de ala ancha, sus botas y cinturón de piel de lagarto y su tez sonrosada para enamorar a las jóvenes y llevárselas a vivir al río con ellos, pero que en los lugares en los que la presencia de trabajadores foráneos o turistas es frecuente, el número de chicas adolescentes embarazadas es alarmante (Loreto es la región peruana con mayor número de embarazos de menores después de Lima) y es zona de incidencia de la trata de personas.

Las ciudades sumergidas reciben a los ahogados cuyos cuerpos no aparecen. Es la manera de mantener el vínculo entre fallecidos a los que no se pudo dar sepultura y sus familiares, a los que se les aparecen en sueños o por medio de chamanes. Lo cierto es que, con el incremento de tráfico fluvial, con grandes lanchas y embarcaciones de potentes motores que crean olas, la desaparición de personas que navegan o pescan en sus pequeñas barcas artesanales, “peque peques”, es un drama de cruel frecuencia. Hasta José Centeno tiene su base, nadie cree que fuera Hitler, pero sí se sabe que fue un oficial de las SS y que su viuda al morir quemó todos sus documentos y fotografías en las que aparecía con uniforme.

Las historias en el río cuentan y advierten, igual que los cuentos tradicionales de Caperucita y el lobo o las historias de aparecidos en el bosque, su mensaje se podría resumir en que hay peligros y hay que estar alertas. Hay momentos en los que los peligros parecen estar más presentes, más cercanos. Es el caso en estos momentos de las cuencas de los ríos Nanay y Marañón.

En la cuenca alta del Nanay la minería fluvial aluvial (e ilegal) ve como la acción de la Marina y la Fiscalía amenaza con erradicarla completamente. Son más de 30 dragas las destruidas por la Marina desde la Unidad de Control Fluvial Río Inambari, posicionada en Santa María de Alto Nanay. En este centro poblado se haya la municipalidad de Alto Nanay, cuya sede fue ocupada por opositores a la alcaldesa Kelly Rodríguez, produciéndose violentos enfrentamientos con una unidad de policía antimotines en la última semana de julio. El fin de la minería ilegal es la pérdida de prácticamente la única fuente de recursos de unas comunidades que protestan contra el abandono del Estado y las limitaciones que éste ha impuesto al crear un área de conservación regional (ACR Alto Nanay Pintuyacu Chambira) que les impide seguir con su trabajo tradicional de tala de madera. El palacio municipal sigue ocupado y hay un informe que habla de un propietario de draga transportando drones de grandes dimensiones, algo que podría explicar los objetos voladores no identificados que aterran a la población.

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En el bajo la Nanay, donde la noche del 6 de agosto comenzó a correr un rumor por padre Cocha, había capturado a dos pelacaras que estaban despellejando a un niño. La población armada con palos, flechas, machetes y escopetas corría de un lado para otro. Finalmente, los pelacaras escaparon y del niño nadie supo (tampoco se constató la desaparición de ningún menor). Padre Cocha vive momentos de tensión porque la fiscalía comenzó justo unos días antes de la aparición de pelacaras las diligencias relacionadas con un caso de terrenos reclamados como reserva del pueblo y denuncia por amenazas y agresiones de una ex agente municipal que se declaró propietaria al habérselos comprado a un particular.

En el Marañón las tensiones tienen naturaleza diferente. Es inminente el comienzo de las consultas previas para la explotación del lote 8; la Estación 1 de Petroperú está sin actividad, lo que significa que no hay trabajo para los habitantes de las comunidades próximas, San José de Saramuro y Saramurillo (tampoco es que lo hay cuando está en activo); en Esparta (Nauta, Loreto) se está ejerciendo una medida de protesta en forma de paro, toda embarcación es interceptada, en ocasiones retenida, y siempre obligada a contribuir a la causa mediante alimentos o, preferiblemente, dinero.

Los relatos de pelacaras generan alarma y miedo en la población, azuzados por reportajes y noticias en medios de comunicación regionales y nacionales sin ninguna base y la viralidad que proporcionan las redes sociales. La población local ve con temor cualquier luz y se advierte a los extranjeros que no viajen. Durante la última semana visité Saramurillo y Maypuco, yo, gringo, con una computadora mostrando la foto de una joven a la que fotografié hace años para solicitar la autorización de sus padres para incluirla en un libro de fotografías en el que trabajo. Sólo encontré sonrisas y amabilidad. Fui testigo en Saramurillo de la aparición de luces que la población grababa y señalaba como esa cosa de la que se habla. También del paso por Esparta, primero en ponguero, de surcada, con las luces apagadas y los motores a mínima potencia para evitar su ruido, y todo el pasaje cómplice de dicho silencio; en lancha de bajada, rodeada por peques con hombres amenazantes que rompieron en risas tras el correspondiente pago.

El río no necesita pelacaras, tan solo atención, servicios de salud adecuados, colegios y profesores, agua potable, remediación de los lugares contaminados, permanencia de los funcionarios encargados de ello, no visitas y promesas incumplidas. Cuando sea así, las historias de pelacaras se contarán en las fogatas de campamento y no alterarán la vida de las comunidades.