Feria Taurina | Y la Plaza ardió

por Edgar Mandujano

La feria levantó vuelo el último fin de semana que fue el más taurino de todos. El sábado hubo una novillada muy interesante en la que actuó el peruano Pedro Luis, que hace campaña en España, y por supuesto, al día siguiente, con la plaza casi llena, el plato fuerte del ciclo y uno de los máximos carteles del momento: Castella, de Justo y Roca Rey.

El domingo la gente lo pasó bien, los toros embistieron y se cortaron orejas. La tarde habría sido redonda a no ser por los desatinos del juez de plaza que generó una bronca mayor con el sexto (bis) al que, incumpliendo el reglamento, no quiso devolver a los corrales.  Por el contrario, el juez ordenó que se le pique, banderillee y estoquee, forzando a Roca Rey a continuar con una lidia insensata pese al desconcierto de este y de toda la plaza que a una sola voz rechazaba la decisión.  Nada movió al terrible juez y el torero no tuvo más remedio que cumplir el penoso trance hasta despacharlo.

Algunos pocos pensaron que Roca era cómplice, no sé para qué lo sería, ningún torero triunfa con un animal perjudicado. Permaneció en el ruedo porque el toro estaba vivo y el juez quería continuar la lidia. El torero y su cuadrilla sólo pueden retirarse al callejón cuando el toro ha sido apuntillado o el juez muestre el pañuelo verde que autoriza el regreso de la res a los corrales.

Es indigno que una plaza con 257 años de historia, tenga a un juez y asesores que desconozcan supinamente el reglamento taurino, o que lo atropellen deliberadamente por Dios sabe qué razón o interés. Me inclino más a pensar lo primero, ya que la semana anterior también hubo una bronca por culpa del mismo juez, que demoró una eternidad en autorizar a Ginés Marín para que lidie al toro de El Fandi, que iba camino a la enfermería.

El domingo se lidiaron toros de San Pedro (1°, 5°, 6° y 6° bis), El Olivar (2° y 3°), La Viña (4°) y   Paijan (2° bis) desiguales de presentación, en tamaño y pelaje, dadas sus distintas procedencias. Todos dieron juego, excepto el sexto, que acudía cruzado a los capotes con problemas visuales. El único protestado fue el segundo de El Olivar, reemplazado por el sobrero de Paiján.

Abrió plaza el San Pedro, noble pero soso y justo de fuerza al que Castella cuidó en todo momento, llevándolo sin forzarlo siempre con la muleta a media altura. Todo lo hizo con calma, suavidad y sosiego. Las series principales fueron por derechazos, dándole tiempo al burel para que se recupere. Trasteo corto que culminó con unos naturales tan finos como lentos. No pudo envasar toda la espada en la suerte de matar. Aplausos para Castella y silencio para el toro.

El cuarto de La Viña no tomaba los capotes con franqueza, acudiendo a los cites con la cabeza alta. Mejoró con la pica y las banderillas, mostrando mayor alegría y acometividad. El inicio fue memorable con siete muletazos, los de tanteo por alto y los finales por abajo, casi sin moverse del sitio. Lo toreó con mucho temple por derechazos, aprovechando la prontitud y repetición del astado.  Intentó por el pitón izquierdo, pero sin limpieza porque su oponente sólo admitía pases de uno en uno.  Cuando el francés retomó por el derecho, el animal comenzó a tardear. Allí, en el tramo final, apareció el Castella lidiador que le pudo sacar toda clase de pases, incluso en cercanías.  Ejecutó la suerte suprema con todo rigor, dejando una gran estocada. Faena de una oreja, pero que el Juez, con mal criterio, premió con otra más.

El segundo de la tarde de El Olivar, abanto de salida, fue cambiado sin razón por el juez de plaza, a pesar de que ya había sido picado. Lo reemplazó un castaño de Paiján, al que Emilio de Justo recibió a la verónica, llevándolo con gusto gracias a su fijeza, fuerza y movilidad. Hizo buena pelea con el caballo y también en banderillas. Con la tela roja el toro protestaba cuando lo citaba por el pitón derecho. Por ello, la faena se cimentó por naturales, algunos lentos y desmayados. La estocada cayó baja y sin que haya pedido mayoritario, el juez le otorgó una oreja indebida.

El quinto fue otro abanto que no dio mayor pelea con los de acaballo. Llegó incierto a la muleta, se detenía, miraba y pensaba antes de cada embestida con peligro evidente. Emilio de Justo estuvo firme y por encima de su oponente, haciéndolo pasar con el toque fuerte de la pañosa. Lidia eficaz que le permitió, de a pocos, extraer muletazos, pero no lo suficiente para estructurar una faena sólida. Mató de una gran estocada de efectos inmediatos. Le otorgaron una oreja.

Roca Rey cuajó una de sus mejores faenas en Acho, con el mansurrón tercero, que en los primeros tercios tendía a salir suelto hacía la querencia de chiqueros. Tras escupirse del puyazo, se lució con un ajustado quite por chicuelinas y tafalleras que encendieron a los tendidos. No inició en los medios para evitar que el animal acentué la querencia, eligiendo los terrenos más alejados. Allí, frente a sombra, lo recibió con estatuarios y cambiados por la espalda que prendieron nuevamente los tendidos. Metió al toro en la muleta y lo hizo romper a mejor. Las series más notables fueron por el derecho, con la res humillando y repitiendo. Los naturales fueron más lentos por el fragor de la pelea. Cambiados, redondos y bernardinas se sucedieron en medio de ovaciones. Al final, el toro dominado y la plaza entregada. No refrendó la buena obra con la espada, un pinchazo y una estocada redujeron todo a una oreja.

El sexto de San Pedro, que acudía cruzado a los capotes, fue cambiado por problemas de visión. El de reemplazo se estrelló en el burladero y quedó inutilizado antes de que salgan los caballos, dando inicio a un desborde innecesario por la ineptitud del juez, ya analizada líneas arriba.

Emilio de Justo estrecha la mano de Andrés Roca Rey minutos antes a la Corrida de Toros en Acho. Foto: Víctor Ch. Vargas.

LOS ESCAPULARIOS:

Concluido el festejo, el jurado oficial acordó otorgar el Escapulario de Oro a Sebastián Castella, por la faena al segundo de su lote, y el Escapulario de Plata al toro “Lúcumo“ de la ganadería  El Olivar, lidiado por Joaquín Galdós en la primera corrida de la feria.  

No hubo una faena que mereciera el Escapulario de Oro, cuyo prestigio debería cuidarse con rigor y esmero, pero también está en manos del pernicioso municipio. La faena de Castella no debió premiarse con más de una oreja. En todo caso, la lidia más completa y emotiva del ciclo fue la de Roca Rey al tercero de la corrida final.

El Escapulario de Plata fue bien concedido al bravo Lúcumo de El Olivar, lidiado en la primera de abono por Joaquín Galdós y al que se le dio una merecida vuelta al ruedo.

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