Por Gustavo Pozzo di Florianni, especialista en Marketing y Economía del Comportamiento.
En el Perú, emprender es un deporte extremo. No basta con una idea brillante y un corazón valiente. Se necesita el temple de un samurái y la astucia de un zorro para sortear la burocracia, la inseguridad y la incertidumbre, ese trío de jinetes del Apocalipsis que acechan a todo aquel que se atreve a soñar en grande. Carlos Neuhaus, con la franqueza que lo caracteriza, nos desvela su código genético empresarial, forjado en el crisol de la experiencia y templado al fuego de la adversidad.
“Primero, el contexto”, sentencia, como un detective analizando la escena. No solo la economía importa, sino también ese fantasma recurrente en nuestra historia: la seguridad. “Sin seguridad física, la inversión es un espejismo. Y las barreras burocráticas, ¡ay, esas barreras!, son como arenas movedizas que te jalan lentamente.” Neuhaus busca un hábitat propicio para sus negocios, un ecosistema donde la agilidad y la seguridad se den la mano.
Pero el entorno, por más hostil que sea, no es excusa para la inacción. El mercado, ese monstruo insaciable, es el segundo factor en la ecuación. “Tienes que oler lo que la gente necesita, anticiparse a sus deseos”, afirma. Su proyecto Megaplaza, surgido de las cenizas de una época convulsa, es la prueba viviente de que la demanda, como la esperanza, nunca muere.
Y la incertidumbre, ese dolor de cabeza crónico del Perú, ¿cómo lidiar con ella?, con la serenidad de un monje budista, nos revela su secreto: resiliencia. “El terrorismo y la hiperinflación nos enseñaron a bailar con el miedo, a planificar para lo peor y a adaptarnos como camaleones”, confiesa. Su mantra: “¿Qué pasaría si todo sale mal?”. Una pregunta incómoda, pero esencial para sobrevivir en la jungla empresarial.
Neuhaus no es un corredor de velocidad, sino un maratonista. Piensa a largo plazo, con la visión de un ajedrecista que anticipa varias jugadas. Sabe que los problemas, como las tormentas, eventualmente pasan. Y si un municipio se interpone en su camino, no lo confronta, lo seduce. “Me acerco al alcalde, a los regidores, les explico los beneficios del proyecto, cómo puede impactar positivamente en la comunidad”, revela. Diplomacia pura, sin perder la firmeza.
La experiencia de los Panamericanos Lima 2019 es la joya de la corona en su trayectoria. Un proyecto titánico, plagado de desafíos, que logró sacar adelante contra viento y marea. ¿Sus lecciones? Comunicación estratégica (no basta con hacer, hay que saber comunicar), planificación anticipada (la mejor defensa es un buen ataque), adaptabilidad (ser como el agua, que se amolda a cualquier recipiente) y ciberseguridad (en la era digital, la información es el nuevo oro).
La corrupción, esa lacra que corroe los cimientos del país, también está en el radar. “No puedo dar cifras exactas, pero el impacto es devastador”, lamenta. Hay muchos casos en el Perú, y en Lima, algunos saltan a la vista.
La Contraloría, en su opinión, debe ser más proactiva, un guardián que anticipa el peligro, no un forense que llega tarde a la escena del crimen.
En definitiva, la receta que nos deja para el éxito no es un secreto mágico, sino una combinación de pragmatismo, visión de futuro y una férrea voluntad. Un cóctel potente, forjado en el crisol de la experiencia peruana, que demuestra que incluso en el terreno más árido, la semilla del emprendimiento puede germinar y florecer.
La historia que acabo de contarles no es solo la de un empresario exitoso, sino un testimonio de que, con la estrategia correcta, es posible domar el caos y construir, ladrillo a ladrillo, un futuro más próspero. Un futuro donde la incertidumbre, en lugar de paralizarnos, se convierta en el motor que nos impulse a ser más resilientes, más creativos.