Friedrich Schwend, “don Federico” para los peruanos, vivió refugiado en el Perú desde 1947. Estuvo siempre en el centro de grandes intrigas internacionales.
El autor del libro El Falso Banquero de Hitler es Gabriel Valle (se pronuncia Va-le), es un peruano dedicado a la filosofía, a las ediciones y a la traducción. Actualmente vive en Italia donde ejerce la docencia.
–¿Qué rol tuvo Friedrich Schwend en el Tercer Reich?
Uno de los secretos mejor guardados del gobierno de Hitler fue la Operación Bernhard. Los nazis hicieron trabajar, en un campo de concentración, a más de un centenar de judíos, que fueron obligados a falsificar millones de libras esterlinas. El encargado de la distribución mundial fue Schwend, que operaba desde el norte de Italia. Con las falsas libras los nazis compraron divisas auténticas, financiaron sus servicios secretos, sobornaron funcionarios en el extranjero, adquirieron obras de arte y hasta rescataron a Mussolini de su prisión.
–¿Cuáles fueron las condiciones pactadas por Schwend con el gobierno del Führer?
Schwend fue un hábil hombre de negocios. Logró que, de las riquezas obtenidas con las falsas libras, se destinase un tercio al “equipo Schwend”. Rendía cuentas a Kaltenbrunner, jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich. Con la Operación Bernhard acrecentó sus caudales, los que invirtió en bienes muebles e inmuebles. Estando en Perú pasó años luchando para recuperar su tesoro.
–¿Cómo se introducía el dinero falso en otros países?
FriedrichSchwend disponía de un nutrido equipo de colaboradores, que recibían el falso dinero y lo cambiaban en distintos países. Entre esos hombres había ejecutivos de bancos y de hoteles. Había incluso judíos. Schwend, después de 1945, mantuvo relaciones epistolares con uno de ellos, que lo había ayudado a agenciarse una nueva identidad. Mantuvo, asimismo, un áspero pleito con otro, a quien Schwend, ya en el Perú, le exigía que le diese su parte en un negocio de joyas y arte.

–Schwend escapó de Europa por la “ruta de las ratas”. ¿Qué vía era esa?
La ruta de las ratas fue un itinerario creado por el ejército norteamericano para favorecer la fuga de aquellos nazis que, una vez finalizada la guerra, habían colaborado con el servicio de inteligencia militar de Estados Unidos en labores de espionaje. El Tío Sam contaba con ellos para contrarrestar la influencia comunista. La ruta nacía en el sur de Alemania, cruzaba los Alpes austríacos y desembocaba en el Tirol italiano. Una vez que los nazis tocaban suelo italiano, recibían ayuda para cambiar de identidad y para obtener un salvoconducto. Eran ayudados por algunos miembros del clero católico y por la Cruz Roja Internacional, que quizá era un actor involuntario en el enredo. La ruta de las ratas era un corredor hacia la impunidad. Adolf Eichmann y Josef Mengele estuvieron entre sus beneficiarios.
–Schwend también colaboró con el espionaje de Estados Unidos. ¿Qué dice esto de su personalidad?
Quienquiera que recorra la vida de Schwend descubrirá que el hombre jugaba con dos barajas. Alguna vez los alemanes sospecharon que Schwend había tratado de vender los planos de un submarino del Reich. En el Perú, en la década de los sesenta, prestó sus servicios al Estado y a la vez a las guerrillas. Fue en un caso comerciante de armas y en otro traficante de armas. Su mayor socio comercial fue su amigo Klaus Barbie, que bajo falso nombre vivía cobijado en Bolivia. Barbie había sido el “Carnicero de Lyon”. Me inclino a pensar que fue Barbie quien condenó a muerte a Luis Banchero Rossi. Barbie tenía el móvil, el arma y la ocasión. Schwend tenía una red organizativa.

–¿Por qué Friedrich Schwend acabó en el Perú?
La vida de Schwend es un mosaico al que le faltan piezas. Schwend urdió su fuga de Europa porque la justicia italiana le seguía los pasos. Estaba imputado en un juicio por asesinato. Viajó de Alemania a Italia, luego de España a Brasil. Siguió camino hacia Venezuela, que lo habría acogido, porque Schwend, o más bien el inmigrante yugoslavo por el que se hacía pasar, ya tenía un visado otorgado por el consulado venezolano de Roma. Lo curioso es que, ya en Sudamérica, decidió cambiar de destino. Llegó a Bolivia y se enfrentó a una encrucijada: Chile o el Perú. Escogió el Perú, que fue su hogar desde 1947, salvo en los años que transcurrió en Alemania, deportado.

–En el Perú fue un hombre con influencias. ¿Qué negocios hizo y con quiénes se relacionaba?
Oficialmente, Schwend era un granjero que, en Santa Clara, tenía un criadero de pollos. Detrás de la granja, sin embargo, se ocultaban faenas oscuras. Schwend, el hombre de negocios, vendía secretos, se valía del soborno, practicaba la extorsión, daba asesoramiento a policías y militares de alto rango, tenía tratos comerciales con nazis alemanes que estaban repartidos entre Alemania y el resto del mundo. Las armas fueron seguramente su negocio más rentable. Fue el tráfico de divisas, en tiempos de Velasco, lo que labró su ruina. Schwend, delatado por un cómplice, acabó entre rejas por unos años.

–¿Qué es lo más llamativo entre los papeles de Schwend?
Diría que el Protocolo de la Odessa (acrónimo alemán de Organización de Antiguos Miembros de las SS). El Protocolo es el acta de un congreso celebrado en España, en 1965, por los camaradas de las SS. En el acta quedan plasmadas las opiniones de los nazis sobre los Aliados y sobre el Estado de Israel, al que le declaran la guerra. La Odessa ha hecho galopar la fantasía de novelistas, la de Forsyth ante todo. Está envuelta en un halo de misterio. Está deslustrada por las dudas. Pese a todo, yo no me atrevería a negar a existencia de la Odessa. Tampoco afirmaría que el Protocolo es espurio.
–Se han escrito biografías de nazis que se refugiaron en América Latina. ¿Por qué no se había escrito nada sobre Friedrich Schwend?
Schwend alcanzó la notoriedad en 1955, cuando un viejo espía del Reich reveló, en un libro, los entresijos de la Operación Bernhard. Desde entonces del personaje se han ocupado periodistas e historiadores, pero todos ellos han delineado solo fragmentos de la vida de Schwend.

–¿Qué te ha motivado a escribir el libro?
He dedicado cinco años a reconstruir la vida de Schwend. Lo he hecho para rendir homenaje a un entrañable amigo judío peruano, Felipe Burstein, que desapareció repentinamente en 2014. Felipe había reunido papeles de archivo en el Perú y en el extranjero. Ayudado por asistentes, había tratado de poner en orden los materiales recopilados y había dejado apuntes. Sin embargo, no tenía familiaridad con la pluma. Se dedicaba al comercio, no a las letras. Una vez me dijo entre risas: “Tú vas a escribir la historia”. Yo ignoraba que hablaba en serio. Tras su muerte, al cabo de unos años, acometí la empresa, parte de la cual fue patrocinada por un grupo de amigos suyos, todos de la colonia judía. En mi prólogo he agradecido a todos. El trabajo de investigación ha sido descomunal. Ha incluido estancias en distintos lugares. He sido socorrido por testigos, expertos y traductores italianos que sabían aleman. Y no quiero ni hablar de las miles de páginas que he tenido que leer.
–¿Ha sido satisfactorio escribir este trabajo?
Sí y no. Me da gusto que se difunda una obra que posee un valor documental. FriedrichSchwend fue una pieza importante para el Reich. Fue un espía sin bandera durante la Guerra Fría. Fue una manifestación de la vitalidad del nazismo después de 1945. Para el Perú, por más de veinte años, fue un actor ambiguo. Lo que lamento hondamente es que los papeles de Schwend hayan sacado a la luz nombres que no me habría gustado develar. Quiero enfatizar que mi misión, en cuanto a biógrafo, me ha llevado a desempolvar papeles ajenos. Sobre la veracidad de los escritos de Schwend no me pronuncio. En ocasiones el alemán se equivocaba o incluso mentía.