Elecciones en Venezuela | El otro 28 de julio

Nicolás Maduro llega al final de la línea. Queda por verse si aceptará la derrota, negociará su salida o se aferrará a sangre y fuego.

por Edgar Mandujano

La ex asambleísta venezolana Delsa Solórzano es uno de los tres testigos del opositor Comando con Venezuela ante el Consejo Nacional Electoral (CNE). Lo que en el Perú vendría a ser el jefe de personeros.

Solórzano atiende a CARETAS en medio del fragor de los días previos a la elección del 28 de julio. En horas anteriores ha denunciado un grave problema con un porcentaje importante de los 100 mil testigos que estarán desplegados en las mesas de votación en todo el país.

“Estamos esperando que se solucione en el transcurso de las próximas horas”, señala. “Luego de nuestra denuncia pública, en el CNE se han activado para tratar de resolver el problema”.

Esta vez la traba consistió en que, si bien el CNE había recibido la lista de los testigos, no lograban imprimir sus credenciales. Esto ocurre un mes después de que se modificara la normativa, obligando a que los testigos tengan que votar en el centro donde ejercerán su rol.

“Es un porcentaje importante de los testigos que no han sido acreditados”, añade Solórzano, quien explica que, si bien el sistema de votación es 100 % digital, el voto se emite a través de una máquina y es automatizado, “al terminar la verificación ciudadana se realiza un sorteo con una proporción de las máquinas que establece la ley. Esas máquinas se abren y ahí se cuenta “papel por papel”. El resultado tiene que corresponder con el acta”. Es un proceso en el que el país se juega el todo por el todo.

Exasambleísta Delsa Solórzano al frente de personeros. 

DESPLOME CHAVISTA

Nunca Venezuela ha estado más cerca de deshacerse del régimen que ha destruido ese país. Al menos casi en un cuarto de siglo, cuando en 2002 Hugo Chávez fue derrocado solo por dos días tras un golpe de Estado. La diferencia es que ahora el cambio se daría por la vía democrática, incluso en condiciones en las que un fraude se hace a todas luces impracticable.

La candidatura del diplomático retirado Edmundo González Urrutia, efectiva hace apenas tres meses, aparece como ganadora por muy lejos en todas las encuestas creíbles, con una ventaja de hasta 35 puntos por encima de su rival, el dictador Nicolás Maduro. La serenidad que transmite el candidato contrasta, de buena manera, con la tensión del momento.  

Al lado de González en los actos de campaña se planta María Corina Machado, la líder de la oposición a la que el Tribunal Supremo, controlado por Maduro como las demás instituciones, inhabilitó por 15 años en enero con el argumento absurdo de no declarar unos bonos de alimentación cuando era congresista. Entonces, Machado aseguró que esto no se terminaba ahí. Y así ha sido.

Una de las señales más contundentes del inminente desplome del chavismo ha sido la sacada de alfombra de sus exaliados. Ante la advertencia de Maduro del “baño de sangre” que se desataría si pierde las elecciones, el brasileño Lula da Silva se declaró “asustado” y retrucó que “Maduro tiene que aprender: cuando se gana, se queda; cuanto pierdes, te vas. Vete y prepárate para participar en otras elecciones”. Maduro le respondió que, si estaba asustado, se tome una manzanilla.  

Cilia Flores se mantiene con su esposo. Sus hijos habrían salido del país.

El colombiano Gustavo Petro pretendió que su gestión fuera clave para devolverle algo de estabilidad a Venezuela y apostó por una estrategia de “más democracia, cero sanciones”. Es decir, garantías electorales para la oposición a cambio de la desactivación progresiva de las sanciones impuestas por Estados Unidos. Colombia intentó reactivar los diálogos entre el gobierno de Maduro y la oposición en México, pero la que primó fue la iniciativa de Noruega, Qatar y el propio Estados Unidos, que se tradujo en los Acuerdos de Barbados, ciertamente incumplidos por el régimen. Petro condenó como “antidemocrático” el bloqueo de la candidatura de Machado. Sin embargo, en junio se iniciaron en Caracas los diálogos con las disidencias de las FARC.

Chile atraviesa una situación inédita, para ese país, en materia de inseguridad ciudadana, la que se vincula directamente con la migración venezolana. El incremento de la delincuencia ocupa el lugar principal en el debate mediático. Las diferencias entre Maduro y el presidente Gabriel Boric llegaron a un punto bajo en febrero cuando Ronald Ojeda, militar venezolano que vivía en Santiago como refugiado, fue secuestrado y asesinado por presuntos miembros del “Tren de Aragua”. Boric le exigió a Maduro que colabore con la identificación y castigo de los criminales, lo que no ocurrió.

La mochila que representa Maduro para la izquierda latinoamericana ya resulta demasiado pesada (aunque en el Perú Verónika Mendoza todavía la resista). Más allá del intercambio de insultos con el mandatario argentino Javier Milei (“malparido” le llamó Maduro, “dictador” e “imbécil” le contestó el portavoz de la Casa Rosada), el expresidente Alberto Fernández, que será veedor de las elecciones, se alineó con Lula y declaró que “si Maduro es derrotado lo tiene que aceptar”.

Exportación de criminalidad liquidó la relación de Maduro con Boric.

  A ello se suman las recientes palabras de Michael Renaud, director del Programa de la Oficina de Investigaciones del Departamento de Seguridad Nacional estadounidense, quien llamó a Venezuela “un narcoestado”: “Hasta que yo llegué a Washington no sabía que había vuelos que vienen de Venezuela de manera ilícita. Luego van a Guyana y Surinam. Venezuela puede movilizar toneladas de cocaína. Imagínense lo que pueden hacer ellos con el oro. Es un narcoestado y de alguna manera deben lavar el dinero en las economías estables”.

De los ocho millones de venezolanos que viven fuera de su país, solo un poco más de 69 mil están facultados para votar debido a los requisitos casi imposibles impuestos por el gobierno. En Venezuela quedan 29.4 millones, de los cuales 21.4 millones están facultados para votar en una elección donde el voto es voluntario. Las encuestas también señalan que hasta un tercio de los venezolanos que continúan en su país considera la posibilidad de emigrar si es que Maduro se mantienen en el poder.

En tales circunstancias, y con Maduro sumido en una retórica sumamente violenta, queda la interrogante de lo que ocurrirá tras las elecciones del domingo 28. Si el gobierno insiste en un fraude, solo queda la movilización popular, y la postura que tomarán las Fuerzas Armadas. Si bien el ministro de Defensa sigue siendo el incondicional Vladimir Padrino, la cúpula de los altos mandos ha sido renovada no pocas veces. La última fue hace un año, cuando Maduro pasó al retiro a todo el alto mando.

Una cédula de locos, con Maduro repetido trece veces. Son 10 candidatos.

González Urrutia, mientras tanto, mencionó que “la amnistía no está prevista en nuestro sistema jurídico. Así que eso hay que verlo con mucha, mucha calma, mucho cuidado, mucho detenimiento. Pero algo de eso habrá que buscar, porque hay mucha necesidad de justicia aquí en Venezuela”.

¿Maduro podrá negociar su huida o se quedará a sangre y fuego? Los trascendidos de los últimos días daban cuenta de la salida del país de su hijo e hijastros, aunque su esposa Cilia Flores continuaba en Caracas. Los destinos voceados en caso la pareja salga del país son encabezados por Turquía. Jaime Bayly citó fuentes según las cuáles tendría allí una fortuna de entre USD 3 mil y USD 4 mil millones, además de una villa a las afueras de Estambul.

Ha sido un desastre. Hugo Chávez estuvo en el poder entre 1999 y 2013, cuando murió. Desde entonces asumió su lugarteniente Maduro. La construcción del modelo propio socialista con el fortalecimiento de la planificación centralizada terminó en una hecatombe. El país con las mayores reservas de petróleo del mundo (303 800 millones de barriles para abril último) dejó de refinar crudo desde 2019 e importa gasolina.

Recompensas y sanciones por parte de EE.UU., que considera al régimen un narcoestado.

A falta de estadística oficial, una amplia encuesta realizada por la Universidad Católica Andrés Bello arrojó que para 2023 el 52 % de su población vive bajo la línea de pobreza. Ese porcentaje llegó al 65 % en 2021, pero la flexibilización de la economía permitida por el gobierno a partir de 2019 oxigenó a varios sectores. Un tercio de los menores en edad de estudiar, no lo hace. La inflación de ese año cerró en 190 %. Para abril de 2022, el salario mínimo equivalía a USD 30, pero para marzo último se había reducido a USD 3.59. Solo la mitad de la Población Económicamente Activa trabaja, y de ese total el 48 % lo hace por cuenta propia.

Cifras terribles en un marco de corrupción gigantesco y la asociación con economías criminales. La falta de democracia siempre termina en el colapso, pero esta vez la ordalía ha durado mucho más, al punto de convertir a Venezuela en uno de los países más deteriorados de la historia en tiempos de paz. Esta vez cabe esperar que el trágico experimento llegue a su fin.   

Ocho millones han salido del país y un tercio de los que quedan se irían si Maduro se queda.

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