El desubicado presidente Petro

El presidente colombiano Gustavo Petro desata una crisis diplomática con Perú al acusar sin pruebas un “copamiento” peruano en territorio colombiano. Esta controversia pone en riesgo décadas de integración y buena vecindad construidas desde el tratado Salomón-Lozano de 1922, mientras en Colombia se busca distraer de una profunda crisis política interna.

por Edgar Mandujano

Por: Luis Miguel Iglesias. 

Desde hace unos días, el presidente colombiano Gustavo Petro ha iniciado una campaña absurda que busca echar por tierra décadas de una esforzada labor de integración y construcción de confianza y buena vecindad entre nuestros países, iniciada luego de la firma del tratado Salomón-Lozano en marzo del 1922, que zanjó de manera definitiva los problemas limítrofes entre Perú y Colombia.

Con un simple tuit Gustavo Petro lanzó una insólita acusación: un presunto “copamiento” peruano en territorio colombiano.

Detrás de ese mensaje no había otra cosa que la intención de activar una campaña de falso patriotismo, para desviar la atención de la crisis política que enfrenta su gobierno.

Pero lo que comenzó como una aparición desafortunada en redes sociales fue escalando peligrosamente. Pronto derivó en una controversia diplomática entre Perú y Colombia, con sendos comunicados emitidos por ambas Cancillerías.

La tensión creció con visitas oficiales a la zona fronteriza, hasta culminar en una provocadora ceremonia encabezada por el propio Petro en el distrito colombiano de Leticia, supuestamente para conmemorar la Batalla de Boyacá, pero que terminó siendo una escenificación de su propia debilidad interna.

Este tipo de gestos no solo dañan la relación entre dos pueblos hermanos, sino que constituyen una actitud irresponsable e injusta hacia el Perú, que siempre ha mantenido una conducta respetuosa y firme frente a la integridad de sus fronteras.

Y es que, como ya han expresado diversos analistas, la postura de Petro solo se explica como una salida apresurada y desesperada para capear el difícil escenario político interno que vive el país vecino debido a que los tres años que ya tiene en el poder solo ha llevado a un creciente desempleo, una inflación galopante, una visible corrupción, una mayor inseguridad producto de la violencia criminal y una clara incapacidad para acabar con el terrorismo y el narcotráfico.

Frente a ello, antes que buscar un mayor consenso para superar su crisis, Petro solo ha provocado conflictos incluso entre gente de su entorno, aislando cada vez más su gestión de cara a sus conciudadanos.

La campaña de Petro recuerda mucho a la de su innoble aliado Nicolás Maduro cuando en 2023 intentó apropiarse de la franja del Esequibo, alegando falsos derechos “históricos” sobre territorio de Guyana. Del mismo modo, Petro ahora desconoce abiertamente la soberanía de Perú sobre la Isla Santa Rosa, pese a que sus habitantes —y las comunidades fronterizas en general— siempre la han reconocido como parte del territorio peruano, sin que antes se haya cuestionado tal hecho.

Plantear un posible enfrentamiento armado resulta irresponsable y alarmista. El Perú siempre ha apostado por el diálogo y el respeto mutuo, y hoy saluda la reactivación de la Comisión Mixta como un canal legítimo para resolver cualquier diferencia, en el marco del derecho internacional y la buena vecindad.

A ello se suma el hecho de que las Fuerzas Armadas de ambos países han logrado forjar una importante experiencia de trabajo compartido, debiendo resaltar aquí el gran esfuerzo mostrado por el Vicealmirante Gian Marco Chiapperini Faverio, como Comandante General de Operaciones de la Amazonía, por generar estrategias conjuntas a favor del desarrollo fronterizo, estando bastante lejana de estas iniciativas la posibilidad de algún conflicto armado, lo que sin duda no es óbice para que nuestro poderío naval se encuentre en “formación y en estado de alerta”, listo para reaccionar conforme lo establecen las formas en un Estado Constitucional y de acuerdo a las órdenes que imparta la superioridad.

En tal sentido, esperemos que, tanto el Ejecutivo como los principales líderes políticos del país, no caigan en el juego que quiere imponer Gustavo Petro, manteniendo la serenidad, el diálogo, en donde no existe ningún diferendo limítrofe, pero igualmente con la firmeza necesaria sobre nuestros derechos soberanos sobre la Isla Santa Rosa, donde hoy flamea y seguirá flameando la bandera peruana por sobre cualquier interés político burdo y absurdo.

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