Voces por la Amazonía: La fe, la historia y la ciencia se unen para salvar los bosques

Caretas en alianza con INFOREGIÓN | Líderes indígenas, religiosos y científicos lanzaron la campaña “Sin bosques, no hay vida”. La iniciativa busca movilizar a la sociedad frente a la crisis amazónica.

por Edgar Mandujano

“Cuando hablamos de territorio, estamos hablando de los espíritus que habitan ahí”, dice María de Jesús Gatica, líder del pueblo Murui Bue, mientras las estadísticas revelan una verdad dolorosa: cada año perdemos 141 781 hectáreas de esos territorios sagrados, el equivalente a toda la provincia de Lima desapareciendo en humo y motosierras. En respuesta a esta herida en el corazón de la Pachamama, nace “Sin bosques, no hay vida”, una campaña donde la espiritualidad, la ciencia y la resistencia indígena se entrelazan para defender lo que queda de nuestra casa común amazónica.

La campaña, lanzada por la Iniciativa Interreligiosa para los Bosques Tropicales (IRI Perú), busca articular esfuerzos entre líderes religiosos, especialistas en conservación y representantes de pueblos originarios, con el fin de generar un espacio de diálogo y acción conjunta frente a la crisis que afecta a los bosques amazónicos.

La espiritualidad como escudo contra la destrucción

“Quienes somos creyentes reconocemos que Dios es el creador de todo lo existente, y por supuesto, también de los bosques”, afirmó Elías Szczytnicki, secretario general de Religiones por la Paz para América Latina y el Caribe, durante el lanzamiento de la campaña. Según los datos oficiales del Ministerio del Ambiente revelan que 2020 registró la pérdida más devastadora en dos décadas: 203,272 hectáreas de bosque amazónico desaparecieron para siempre.

Para Elías Szczytnicki, la crisis ambiental trasciende lo técnico y lo económico, pues también implica una dimensión espiritual. Señaló que los seres humanos no son dueños de la creación, sino administradores responsables, y llamó a ejercer un manejo que proteja los ecosistemas de los que depende la vida.

La dimensión espiritual, según Szczytnicki, adquiere relevancia al considerar que los seres humanos son la única especie con capacidad de impactar conscientemente la Tierra. Señaló que asumir esta responsabilidad moral forma parte del plan divino, un mensaje que busca conectar con las comunidades amazónicas, donde la relación entre naturaleza y espiritualidad es estrecha.

Desmontando mitos: la economía que sana en lugar de destruir

Fabiola Muñoz, exministra del Ambiente y actual coordinadora del GCF Task Force en Perú, planteó en el panel la necesidad de repensar la relación con los bosques: “Si consumimos productos del bosque manejados de manera legal, ¿por qué no hacerlo?”, expresó.

Su intervención se dio en un contexto en el que las cifras oficiales muestran que, tras la pérdida récord de 2020, la deforestación se redujo a 137 976 hectáreas en 2021, un 32% menos, para luego incrementarse a 146 575 hectáreas en 2022 y situarse en 141 781 hectáreas en 2024. Estos datos reflejan que la conservación es posible, aunque depende de políticas y estrategias integrales.

Muñoz desmontó el mito de que “no hay que tocar los bosques”, abogando por una producción sostenible que genere beneficios económicos reales sin destruir el ecosistema. Su llamado a convertirse en “consumidores responsables”, verificando que productos como chocolate o café no provengan de zonas deforestadas, apunta a una transformación del mercado desde la demanda.

La clave está en aprender de los pueblos indígenas, señaló Muñoz, quienes han aplicado durante milenios un modelo de economía circular donde cada recurso tiene valor y todo cumple una función. “Es una práctica que el mundo occidental debería imitar”, afirmó, reconociendo implícitamente que las soluciones ya existen en los territorios ancestrales.

La voz que no puede ser silenciada: territorio, espíritus y supervivencia

El momento más poderoso del panel llegó cuando María de Jesús Gatica tomó la palabra. La líder del pueblo Murui Bue inició su intervención con un canto ancestral en su lengua, y sus primeras palabras en español cortaron el aire como una flecha certera: “Cuando hablamos de territorio, no solamente hablamos de bosques, estamos hablando de los espíritus que habitan ahí”.

Sus palabras adquieren una dimensión trágica cuando se considera que en 2024, además de las 141 781 hectáreas perdidas por deforestación, los incendios forestales arrasaron otras 47 574 hectáreas, una destrucción que no solo elimina árboles, sino que profana espacios sagrados y extermina las farmacias naturales de las que dependen las comunidades.

Gatica denunció una realidad que pocas veces llega a los titulares urbanos: “Muchos líderes indígenas están siendo asesinados por defender su tierra”, mientras las comunidades amazónicas siguen careciendo de servicios básicos como educación de calidad y postas médicas. Esta carencia los hace aún más dependientes de las plantas medicinales y, por extensión, de la salud integral de los bosques.

“Sin bosques no hay vida. Pero necesitamos nosotros, los pueblos originarios, ser escuchados y también ser apoyados”, concluyó Gatica. Su llamado resuena con particular urgencia cuando se comprende que los territorios indígenas son las áreas mejor conservadas de la Amazonía, islas de resistencia contra la marea destructora.

La conservación funciona: evidencias de esperanza desde el territorio

Pedro Solano, con 35 años de experiencia en conservación y actual asesor de IRI Perú, aportó una perspectiva que contrasta con el pesimismo dominante: “La conservación funciona y funciona muy bien”. Sus palabras no son optimismo vacío, sino certeza basada en décadas de trabajo en el terreno.

El ejemplo del paiche en la Reserva Nacional Pacaya Samiria resulta particularmente revelador. Las vedas iniciadas en 1940, hace más de 80 años, han permitido no solo la recuperación de la especie, sino su sostenibilidad hasta la actualidad. “Es una demostración de que las políticas de conservación bien implementadas trascienden gobiernos y generaciones”, explicó Solano.

Para el experto, integrar la espiritualidad en las campañas de conservación es esencial porque brinda un sentido de trascendencia a un tema que, desde enfoques puramente técnicos, se percibe con una noción de tiempo demasiado corta. “La defensa de la naturaleza no es solo por el ahora, sino una inversión en la salud y el bienestar de las futuras generaciones”, concluyó.

La experiencia de Solano con el paiche también demuestra algo crucial: que las comunidades locales pueden ser las mejores guardianas de los recursos cuando tienen incentivos claros y participación real en la gestión. Un modelo que, multiplicado, podría transformar el destino de toda la Amazonía.

El llamado que no puede esperar

La campaña “Sin bosques, no hay vida” llega en un momento crítico. Los datos de 2024 muestran que, aunque la deforestación se ha estabilizado respecto a los picos de años anteriores, sigue destruyendo el equivalente a 388 hectáreas diarias, 17 campos de fútbol cada hora que pasa.

Pero esta iniciativa representa algo más que estadísticas y políticas: es la materialización de una alianza que parecía imposible entre mundos que históricamente han dialogado poco. Cuando líderes religiosos hablan de mayordomía divina, científicos de sostenibilidad ecológica y pueblos indígenas de espíritus del bosque, están construyendo un lenguaje común para enfrentar la crisis más urgente de nuestro tiempo.

Como nos recuerda María de Jesús Gatica, cada cocha perdida es una biblioteca ancestral que se quema, cada lago contaminado es una herida en el corazón de la Madre Tierra. La lucha por el agua y los bosques es la lucha por nuestra identidad como pueblos amazónicos, por nuestra supervivencia como especie y por el futuro de un planeta que no tiene Plan B.

La pregunta ya no es si podemos permitirnos conservar la Amazonía. La pregunta es si podemos permitirnos perderla. Y la respuesta, resonando desde los cantos ancestrales hasta los laboratorios de investigación, es clara y unánime: sin bosques, no hay vida.

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