Un proyecto improbable que echó raíces en el desierto
En el silencioso desierto de San José, en Lambayeque, cada mañana comienza con un sonido peculiar: el retumbar gutural del emú, un eco grave que atraviesa los corrales de madera y se mezcla con el soplido del viento. A pocos metros, las sombras alargadas de los avestruces recortan el horizonte y se mueven con elegancia entre las dunas. Así despierta el zoocriadero Avestruces Perú, un emprendimiento familiar que desafió la lógica climática del bosque seco y que, tres décadas después, se ha consolidado como un ejemplo de manejo responsable de fauna silvestre.
La historia empezó en 1995, cuando Ricardo Castañeda y su esposa Yolanda dejaron la ciudad para perseguir una idea que, en ese momento, sonaba descabellada: criar aves gigantes en un terreno baldío frente al mar. Con un capital mínimo y una determinación enorme, trajeron once crías de avestruz desde California. Durante meses, las aves durmieron dentro de la casa familiar, protegidas del frío y vigiladas día y noche. “Era como cuidar hijos. Nos desvelábamos para que sobrevivieran. Apostamos todo”, recuerda Ricardo, hoy a sus 75 años.
Ese esfuerzo inicial se multiplicó. Actualmente, el zoocriadero alberga más de 200 ejemplares entre avestruces (Struthio camelus) y emúes (Dromaius novaehollandiae), especies originarias de África y Australia que han encontrado en el clima norteño una sorprendente oportunidad de adaptación.
Gigantes que encontraron hogar en el bosque seco
Adaptación inesperada
Las características de estas aves impresionan a cualquier visitante. El avestruz, el ave más grande del mundo, puede llegar a medir hasta 2.80 metros y pesar más de 150 kilos. No vuela, pero corre a 70 km/h, lo que lo convierte en un verdadero atleta del desierto. El emú, por su parte, alcanza los 1.80 metros y emite un sonido grave parecido a un tambor, tan fuerte que puede sentirse en el pecho.
Pese a su origen extranjero, ambas especies se han adaptado sin dificultad al bosque seco costero. Yolanda explica que estas aves “son tan norteñas que buscan la sombra del algarrobo para descansar. Les gustan el sol, el silencio y caminar sin prisa”. Mientras habla, sostiene un enorme huevo de avestruz, de más de dos kilos, equivalente a veinticinco huevos de gallina.
Supervisión y manejo responsable
Durante la última supervisión del OSINFOR, se verificó que el zoocriadero cumple con las condiciones técnicas requeridas: corrales amplios, alimentación adecuada, un área de cuarentena, tópico veterinario y espacios para garantizar el bienestar de las aves. Para el organismo, este centro no solo maneja fauna exótica de manera responsable, sino que refuerza la conservación mediante la educación ambiental.
“El zoocriadero cumple un rol clave en la sensibilización y en el turismo sostenible. Con nuestras orientaciones técnicas han mejorado infraestructura y manejo sanitario. Además, dinamizan la economía local al recibir turistas, estudiantes y familias”, explica Fredy Palas, coordinador de la oficina desconcentrada del OSINFOR en Chiclayo.
Un centro que educa, conserva y genera oportunidades
Turismo y educación ambiental
Más de 3000 visitantes llegan al zoocriadero cada año para conocer de cerca a estas aves gigantes y participar en recorridos guiados que explican la importancia del manejo responsable de fauna. Para muchos, ver a un avestruz o un emú ya no requiere viajar a África o Australia: los encuentran en pleno norte peruano, en un entorno controlado y educativo.
“Las personas vienen, los miran a los ojos y los entienden. Aprenden a respetarlos”, dice Ricardo mientras un avestruz se acerca curioso a la cerca. Las actividades incluyen talleres para escolares, caminatas interpretativas, charlas sobre biodiversidad y demostraciones sobre el cuidado de estas especies.
Aprovechamiento sostenible
El centro también ha diversificado su propuesta. Ofrece platos preparados con carne y huevos de avestruz o emú, productos de alto valor nutricional y bajo contenido graso. Además, los huevos no fértiles se convierten en artesanías: lámparas, piezas decorativas y recuerdos elaborados por artesanos locales, generando ingresos complementarios y fortaleciendo cadenas económicas sostenibles.
Para la familia Castañeda, este proyecto no solo ha significado un emprendimiento, sino un estilo de vida que se ha transmitido a sus hijos y nietos. “Esto no se cría solo, también se hereda. Es un legado”, afirma Yolanda con una mezcla de orgullo y serenidad.
Arena que se convirtió en esperanza
Cuando cae la tarde y el sol se esconde detrás de las dunas, los avestruces y los emúes se agrupan en silencio. El viento del desierto baja su intensidad y el zoocriadero Avestruces Perú se ilumina con luces cálidas que revelan su esencia: un lugar donde la constancia transformó la aridez en vida.
Gracias a la tenacidad de la familia Castañeda y al acompañamiento técnico del OSINFOR, este rincón del bosque seco muestra que la sostenibilidad es posible incluso en paisajes adversos. Aquí, la arena no es límite: es el punto de partida de un modelo que respira futuro, educación y biodiversidad.