Sin participación peruana, el 8 de julio, Brasil y China firmaron un memorando de entendimiento para estudiar la viabilidad del Corredor Bioceánico, un ferrocarril transcontinental de unos 4.500 km de longitud, que partiría desde Ilhéus (Bahía), pasaría por Río Branco (Acre) y cruzaría los Andes hasta llegar al megaproyecto portuario de Chancay, en Perú. El costo estimado del proyecto podría superar los 70.000 millones de dólares y acortaría los tiempos de envío a Asia en hasta 12 días, obviando el Canal de Panamá.
El Ejecutivo peruano, liderado por el premier Eduardo Arana, se deslinda claramente del Tren Bioceánico, rechazando cualquier compromiso estatal debido a la falta de consulta previa. Además, condiciona cualquier evaluación futura a una manifestación formal por parte de Brasil o China, especialmente en lo que respecta al ingreso del proyecto al territorio peruano.
Una delegación china viajó a Brasil en abril para discutir proyectos de infraestructura orientados a mejorar la integración logística entre Brasil y el océano Pacífico, como parte de los acuerdos estratégicos firmados en noviembre pasado durante la visita del presidente Xi Jinping a Brasilia. El eje central de dichos acuerdos es la creación de una ruta terrestre que conecte Brasil con la costa pacífica del Perú.
El acuerdo fue suscrito entre Infra S.A., empresa estatal brasileña, y el Instituto de Planificación Ferroviaria de China. Actualmente está limitado a estudios técnicos, económicos y ambientales, que tomarían hasta cinco años. Sin embargo, la firma del memorando sin la participación del gobierno peruano ha generado incomodidad diplomática en Lima.
Un ninguneo estratégico que no se puede ignorar
Si bien el reciente acuerdo entre Brasil y China se limita —al menos por ahora— a evaluar la factibilidad técnica y económica de un tren bioceánico, resulta profundamente preocupante que el Perú no haya sido invitado a suscribirlo. Más aún cuando el trazado proyectado atraviesa territorio nacional y culmina en el puerto de Chancay, financiado precisamente por capitales chinos.
El gesto no es menor. Pone en evidencia, por un lado, una posible debilidad de la diplomacia peruana frente a actores globales estratégicos, y por otro, la capacidad de China para avanzar en su política de expansión hemisférica sin necesidad de acuerdos formales con todos los Estados involucrados. Es un recordatorio de que el poder se ejerce no solo con presencia, sino también con omisiones.
China no es un actor menor en la economía peruana. Su presencia en sectores clave como la minería, la energía y la infraestructura ha crecido de forma sostenida durante la última década. En ese contexto, este aparente ninguneo adquiere una dimensión simbólica y política difícil de ignorar.
La exclusión del Perú en un acuerdo que compromete su territorio debería activar no solo alertas diplomáticas, sino también un debate interno sobre qué papel queremos jugar en los grandes proyectos de integración regional.
A pesar de las tensiones, tanto Brasil como China se mostraron optimistas respecto al futuro del proyecto. Wang Jie, director general de China State Railway Group, declaró que “esta alianza es fruto de la sabiduría y la confianza mutua, y contribuirá al desarrollo del transporte en nuestros países”. Por su parte, Leonardo Ribeiro, secretario de transporte ferroviario de Brasil, afirmó que su país está listo para liderar una nueva era de infraestructura logística regional.
Posición de Torre Tagle
Sin embargo, vale mencionar que fuentes de la Cancillería han restado importancia al incidente. Más bien, destacan que un eventual involucramiento del Perú en el proyecto —si este llega a ser declarado viable para el territorio brasileño— permitiría al país negociar condiciones más ventajosas, lo cual no sería posible si hubiéramos estado involucrados desde el inicio.