Penal de Barbadillo: la suite presidencial

De prisión exclusiva para Alberto Fujimori a vitrina de la caída de la política peruana. Hoy, Vizcarra se suma a un inquilino colectivo que el país nunca imaginó.

por Edgar Mandujano

Este jueves 14 de agosto deberá ser recluido en el penal Barbadillo el expresidente Martín Vizcarra, quien permanece detenido en la carceleta judicial desde que el Poder Judicial dictara cinco meses de prisión preventiva en su contra por el caso Lomas de Ilo – Hospital de Moquegua. El exmandatario afronta acusaciones por presuntos actos de corrupción cometidos cuando era presidente regional, un expediente que ha crecido en volumen y gravedad conforme avanzan las pesquisas fiscales.

El traslado no solo suma un nombre más a la lista de inquilinos del penal ubicado dentro de la sede de la Diroes, en Ate. Marca también un nuevo hito en la historia política peruana: por primera vez, cuatro expresidentes coincidirán tras las rejas en un mismo centro de reclusión. Vizcarra se unirá así a Alejandro Toledo, Ollanta Humala y Pedro Castillo, quienes cumplen procesos judiciales y condenas por delitos que van desde el lavado de activos hasta el quiebre del orden constitucional.

Un penal diseñado para uno

El Penal Barbadillo nació en 2007 con un solo propósito: albergar al expresidente Alberto Fujimori tras su extradición desde Chile. Fue concebido como una instalación de alta seguridad, de pequeñas dimensiones y con comodidades controladas, diseñada para un solo recluso de alto perfil. Fujimori ocupó ese lugar durante una década, hasta que en diciembre de 2023 el Tribunal Constitucional ordenó su liberación, pese a las objeciones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. La medida generó un fuerte debate nacional e internacional sobre la impunidad frente a los crímenes de lesa humanidad por los que había sido condenado.

Con el tiempo, la celda única se convirtió en un pabellón para presidentes caídos. La expansión de las investigaciones por el caso Lava Jato y las acusaciones de corrupción de gran escala hicieron que Barbadillo dejara de ser un recinto exclusivo para un solo hombre y se transformara en un pequeño museo viviente del derrumbe político peruano.

Los actuales inquilinos

Hoy, Ollanta Humala permanece recluido tras recibir una condena de 15 años por lavado de activos en agravio del Estado, relacionada con los aportes ilegales para su campaña electoral. Su esposa, Nadine Heredia, enfrenta un proceso paralelo.
Alejandro Toledo, extraditado desde Estados Unidos en abril de 2023, responde por los millonarios sobornos que habría recibido de la constructora Odebrecht.
Pedro Castillo, por su parte, está detenido por rebelión, conspiración y organización criminal, luego de su fallido intento de cerrar el Congreso en diciembre de 2022.

La llegada de Vizcarra, quien gozó de altos niveles de popularidad durante su mandato por su discurso anticorrupción, agrega una dosis de ironía amarga al panorama. Las imputaciones en su contra incluyen presuntos pagos ilícitos por parte de empresas constructoras durante la ejecución de proyectos emblemáticos en Moquegua, como el hospital regional y la obra de Lomas de Ilo.

El “síndrome Barbadillo”

En los pasillos judiciales ya se habla de un “síndrome Barbadillo”: un fenómeno político-judicial que ha convertido al penal en un símbolo del desencanto ciudadano. No es una prisión cualquiera. Está en la misma sede de la Diroes, la Dirección de Operaciones Especiales de la Policía Nacional, y cuenta con medidas de seguridad personalizadas, habitaciones más amplias que las de un penal común y áreas de visita controladas.

Para muchos, esa ubicación privilegiada es un recordatorio de que, incluso caídos, los expresidentes no dejan de recibir un trato diferenciado. Para otros, representa un castigo simbólico: vivir rodeados por sus pares caídos, lejos de la vida política, pero lo suficientemente cerca como para intercambiar miradas incómodas.

Alberto Fujimori: del único huésped a la libertad

El caso Fujimori marcó el origen de Barbadillo. Durante años, fue su único ocupante. La escena cambió radicalmente en diciembre de 2023, cuando el Tribunal Constitucional resolvió a su favor, reactivando un indulto humanitario otorgado por Pedro Pablo Kuczynski en 2017 y anulado posteriormente por el Poder Judicial. Su salida reavivó las tensiones con organismos internacionales y organizaciones de derechos humanos.

Fuentes jurídicas señalan que, con su libertad, se abrió la puerta política para que el penal recibiera a más expresidentes. La ausencia de Fujimori facilitó el ingreso de Toledo, luego Castillo y Humala, configurando el actual tablero.

Cuatro historias, un mismo destino

La coincidencia de cuatro expresidentes en un penal no tiene precedentes en América Latina reciente. Incluso en países con alta inestabilidad política, como Guatemala o Brasil, los exmandatarios han cumplido sus condenas en lugares diferentes o bajo regímenes especiales.
En el caso peruano, la concentración en Barbadillo no solo es logística; es también simbólica. Reúne en un mismo espacio a líderes que, en teoría, llegaron al poder con promesas opuestas: desde el liberalismo económico de Toledo hasta el discurso de izquierda radical de Castillo, pasando por el nacionalismo militar de Humala y el tecnocratismo pragmático de Vizcarra.

Un espejo de la política peruana

Para analistas como el constitucionalista Luis Pásara, Barbadillo se ha convertido en una suerte de “espejo deformante” del poder peruano. “El penal muestra lo que sucede cuando las instituciones son débiles y el poder presidencial se convierte en un instrumento personal o partidario, sin controles reales”, afirma.

El periodista Gustavo Gorriti lo resume con más crudeza: “Es la foto de familia del fracaso político peruano”. Una imagen en la que todos posan sin quererlo, pero que quedará en los archivos como un recordatorio de lo efímero del poder cuando se ejerce sin transparencia.

Y ahora, Vizcarra

El caso de Martín Vizcarra todavía está en etapa preliminar, pero la prisión preventiva marca un golpe severo a su imagen pública. El expresidente, que construyó su perfil como adalid anticorrupción durante la crisis política que tumbó a Pedro Pablo Kuczynski, enfrenta ahora las mismas acusaciones que solía denunciar.

Su defensa insiste en que las medidas adoptadas son excesivas y que no existe riesgo de fuga. Sin embargo, la fiscalía ha presentado evidencias que, a su juicio, justifican la prisión preventiva, incluyendo declaraciones de colaboradores eficaces y transferencias bancarias vinculadas a contratos millonarios.

El futuro del penal

Con la llegada de Vizcarra, Barbadillo entra en una nueva etapa. De un penal diseñado para uno, ha pasado a ser un recinto colectivo para expresidentes. La pregunta es si seguirá recibiendo inquilinos ilustres en los próximos años.
En un país donde seis de los últimos siete presidentes han sido investigados o procesados, el riesgo es alto. El propio humor popular lo ha convertido en chiste: “En vez de elecciones presidenciales, deberíamos hacer elecciones internas en Barbadillo”.

El Penal Barbadillo no es solo una prisión: es un recordatorio constante de cómo el poder en el Perú puede ser un trampolín hacia la cárcel. Sus paredes no solo guardan a exmandatarios; almacenan historias de ambición, corrupción y caída libre.
Vizcarra será, desde hoy, parte de esa crónica viva, escrita en cemento y hierro, que se lee como un manual de advertencias para quienes crean que el sillón presidencial es un escudo contra la ley.

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