Por Gustavo Pozzo di Florianni, especialista en Marketing y Economía del Comportamiento.
El 2020. Un año que empezó como un nuevo capítulo en un libro prometedor y terminó pareciéndose más a una novela de aventuras con giros inesperados a cada página. Para muchos, fue un año de incertidumbre, de cambios drásticos, un terremoto emocional que nos sacudió hasta los cimientos. Para mí, no fue la excepción.
Trabajos que prometían el cielo y la tierra, algunos culminaron en éxitos brillantes, otros… bueno, digamos que fueron lecciones valiosas disfrazadas de fracasos. Conocí gente maravillosa, personas que dejaron una marca imborrable en mi corazón y en mi trayectoria. También conocí a otros, aquellos que, por alguna razón, simplemente no encajaban en mi historia. La vida, a veces, es una orquesta caótica, con instrumentos que suenan en armonía y otros que desafinan con una persistencia irritante. Aprender a silenciar esos instrumentos discordantes a veces es lo que le da sentido a todo.
En medio del caos, descubrí la importancia del apoyo incondicional. Mi familia, ese núcleo que me sostiene, me ofreció la fuerza necesaria para enfrentar la adversidad. Pero familia no solo significa sangre; en mi caso, incluyó a amigos leales, personas que se convirtieron en pilares fundamentales, en mi propio equipo de confianza.
Sanar las heridas del pasado, particularmente la relación con un miembro fundamental, fue un proceso crucial. Esa reconciliación, esa reconstrucción de lazos, me permitió soltar lastre, dejar atrás la carga de resentimientos y mirar hacia adelante con una renovada claridad. A veces, la mejor estrategia para resolver un caso complejo es ir a la fuente, a la raíz del problema.
Y entonces, en medio de lo inesperado del destino, llegó Claudia. Una aliada, una compañera. Una mujer auténtica, con una mente brillante y un corazón aún más luminoso. Alguien que me enseñó a ver el amor no como una batalla que hay que ganar, sino como una danza armoniosa, una negociación donde la mejor estrategia es la honestidad y la transparencia. Con ella, entendí que el éxito no se mide solo en cifras, en contratos firmados o en victorias profesionales, sino en la paz interior, en la solidez de las relaciones humanas y en la profunda satisfacción de construir una vida significativa, junto a alguien que te hace querer ser mejor cada día.
2025 se asoma en el horizonte, no como un juicio final, sino como el comienzo de un nuevo capítulo. Un capítulo por escribirse con lo vivido y con las cicatrices que me recuerdan la fuerza y la satisfacción de haber llegado hasta donde estoy. He comprendido que la verdadera fortaleza reside en la capacidad de adaptación, en la perseverancia, y, sobre todo, en el poder sanador de las relaciones humanas auténticas.
Y para todos los que estén enfrentando sus propios desafíos, recuerden que no están solos. Construyan su propio equipo, compuesto por quienes les brindan apoyo incondicional y amor genuino. Porque al final del día, son las conexiones humanas las que nos dan el impulso, el valor y la fuerza para seguir adelante, para construir algo excepcional y perdurable.
Con amor y respeto, hacia un futuro construido sobre las lecciones del pasado,
Gustavo Pozzo.