Por Gustavo Pozzo di Florianni, especialista en Marketing y Economía del Comportamiento.
¿Alguna vez has sentido la necesidad imperiosa de inyectarle un chute de pura alegría a tu vida? En mi caso, sí, y déjenme contarles que descubrir el trabajo de Gerardo Larrea y conversar con él, ha sido como encontrar un oasis en medio del desierto. Prepárense, porque esto es pura dinamita creativa.
Él no se anda con rodeos. Su arte es un estallido de energía, un cóctel visual que te golpea directo al corazón. Le consulté cómo lograba esa vibración tan particular en sus obras, esa mezcla explosiva de composición, color y temática, y me confesó, con la candidez de un niño, que su objetivo es contagiar optimismo. “Si quiero transmitir alegría”, me dijo, “uso colores fuertes, contrastantes, combinaciones que a veces te dejan con la boca abierta”. Y vaya que lo consigue.
Sus paletas son un carnaval, una fiesta para los sentidos que te transporta a un universo paralelo donde la melancolía no tiene cabida. No busca diseccionar la complejidad humana con bisturí freudiano, sino abrazar la belleza y compartirla con el mundo. ¡Un tipo sensato, qué duda cabe!
Pero no se equivoquen, detrás de esa aparente simplicidad se esconde una mente brillante que observa, absorbe y transforma. Larrea se nutre del caos y la belleza del Perú, de la intensidad de sus colores, de la riqueza de sus tradiciones. Su proceso creativo es un crisol donde se funden experiencias personales, la vorágine de las dinámicas sociales y la frescura de la ilustración contemporánea.
¿Y cuál es el rol del arte en este mundo cada vez más desquiciado?, le pregunté, con la curiosidad de un niño que descubre un juguete nuevo. “El arte debe ser un bálsamo”, me respondió con la convicción de un predicador. “Tiene que levantarte el ánimo, inyectarte una dosis de energía positiva”. Y es que para él, el arte no es sino una herramienta para sanar el alma, una vía de escape hacia la belleza y la alegría.
Y para los jóvenes artistas que buscan su propia voz en medio del ruido ensordecedor del mundo, Larrea tiene un consejo simple pero poderoso: exploren, experimenten, desvívanse por encontrar su propio lenguaje. “Sigan sus instintos y continúen”, nos dice con la sabiduría de un maestro. “Es un trabajo bonito y especial el poder ilustrar, el poder pintar.” Palabras que resuenan como un mantra, una invitación a lanzarse al vacío creativo sin miedo al fracaso.
En el ámbito del arte en Perú, se estima que las industrias culturales y creativas representan aproximadamente el 3.5% del Producto Bruto Interno (PBI) del país. Además, el Ministerio de Cultura ha implementado políticas para fomentar el desarrollo de estas industrias hasta el año 2030, lo que incluye incentivos para la creación y distribución de actividades culturales. Estos esfuerzos reflejan un crecimiento significativo en el interés por el arte y la cultura en el país, lo que podría beneficiar a artistas al ofrecerles un mercado más amplio y diversificado para su trabajo.
Gerardo nos recuerda que la belleza puede salvar el mundo, un pincelazo a la vez. En un mundo donde la realidad a menudo nos enfrenta a la dureza y el desencanto, Larrea nos ofrece un refugio de esperanza y transformación. Cada pincelada suya es un grito de libertad, un acto de valentía que desafía las sombras y nos invita a soñar con un mundo mejor.
La belleza, en sus manos, se convierte en un poderoso catalizador de cambio, recordándonos que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay espacio para la luz y la renovación.
Así, esta mente maestra del arte moderno, nos inspira a seguir adelante, a creer en el poder del arte para sanar nuestras almas y transformar nuestro entorno, un pincelazo a la vez.