Hallacas en Lima

Escribe: Chema Tovar | En Lima, la tradición venezolana deja la nostalgia y aprende a dialogar con el anticucho, el ají panca y el mercado local. Mi Hallaca Lima convierte la cocina en integración real, economía y relato compartido.

por Diana
Juan Luis Martínez y Luis Muriel

Diciembre en Lima siempre huele a contradicción, panetón y mango, calor y villancicos, nostalgia importada y celebración aprendida. Este año, además, huele a hallaca. Pero no a la hallaca congelada en la memoria del migrante sino a una versión nueva, mestiza, atrevida, la hallaca peruano-venezolana de Mi Hallaca Lima.

La hallaca —ese objeto comestible que los venezolanos defendemos como si fuera un documento de identidad— llega a Lima y decide dialogar. No pide permiso, conversa con el ají panca, con el comino, con la parrilla callejera, con el anticucho que humea en las esquinas. Y en ese diálogo ocurre algo interesante, la tradición deja de ser reliquia y se vuelve herramienta.

Migraflix, organización que desde hace años entiende la gastronomía como un vehículo de integración real —no discursiva—, lanzó esta campaña junto al Instituto de Gastronomía Le Cordon Bleu Perú. El resultado no es solo una receta, sino un pequeño ecosistema navideño donde cocinar significa también generar ingresos, vínculos y sentido de pertenencia.

La reinterpretación de la hallaca estuvo a cargo de un grupo de estudiantes que representan a Le Cordon Bleu en concursos internacionales, bajo la supervisión de los chefs Gregor Funcke y Javier Ampuero. Aquí no hubo exotismo ni concesiones folclóricas, hubo técnica, respeto por el producto y una pregunta honesta de fondo, ¿cómo suena una hallaca cuando aprende a hablar peruano?

Migraflix y Le Cordon Bleu Perú
Migraflix y Le Cordon Bleu Perú apuestan por la gastronomía como integración concreta: una campaña donde cocinar también es generar ingresos, vínculos y pertenencia.

El relleno anticuchero —corazón de esta versión— no es una ocurrencia simpática. Es una decisión política y culinaria. El anticucho, comida de calle, de fuego directo, de herencia afroperuana, se encuentra con la estructura ceremonial de la hallaca venezolana, ese plato que se arma en familia, que se envuelve, que se hierve, que se regala. El resultado es una hallaca que no reemplaza a la original, la acompaña y la expande.

La receta fue enseñada a 100 micro emprendedores venezolanos en Lima, quienes hoy la replican —en su versión clásica y adaptada— y la comercializan desde sus propios negocios. Aquí la gastronomía no se queda en la foto bonita, se convierte en ingreso, en autonomía, en continuidad.

Migraflix organizó degustaciones con aliados y prensa, no para vender una moda, sino para presentar un proceso. Además, creó un landing page en su web donde peruanos y venezolanos pueden comprar directamente estas hallacas, apoyando de forma concreta a quienes las producen. La cadena es corta, clara y honesta. Se trata de cocina, comunidad y economía.

Hallaca
Las hallacas venezolanas tiene diferencias con el típico tamal peruano.

El trabajo local contó con aliados naturales como Muriel Restaurante y PAN Perú, que ayudaron a que la campaña respirara en redes y en mesas reales. El hashtag es sencillo y eficaz: #MiHallacaLima. No habla de fusión, ni de innovación, ni de conceptos grandilocuentes. Habla de pertenencia.

Lo interesante es que Lima no está sola. La campaña ocurre de forma simultánea en Bogotá, donde Migraflix desarrolló un formato distinto, hallacas venezolanas con rellenos colombianos, creadas junto a profesionales como Antonuela Ariza (MiniMal) y José Iskandar (@Food.o.grafo). Allí, 60 micro emprendedores fueron capacitados para replicar y vender estas versiones durante la Navidad. Misma lógica, otro acento.

Hay algo profundamente latinoamericano en esta manera de entender la cocina, no como museo, sino como territorio vivo. Las diásporas no solo llevan recetas, llevan métodos, rituales, formas de organizar el trabajo y el afecto. Cuando esas prácticas se cruzan con el contexto local, aparece algo nuevo que no borra lo anterior.

Juan Luis Martínez y Luis Muriel
Chefs Juan Luis Martínez y Luis Muriel fueron invitados a probar las hallacas preparadas ese día.

Mi Hallaca Lima no pretende redefinir la Navidad venezolana ni apropiarse de la peruana. Hace algo más inteligente, construye un espacio común donde ambos países pueden reconocerse sin solemnidad. En una ciudad como Lima —que ha absorbido migraciones internas y externas durante décadas— esta clase de iniciativas no solo suman sabor, sino relato.

Migraflix, nacida en Brasil en 2015 y hoy activa en Colombia, Perú y México con apoyo del BID, entiende que comer juntos sigue siendo una de las formas más eficaces de integración. No la más rápida, pero sí la más duradera.

Tal vez por eso esta hallaca funciona. Porque no busca agradar a todos, sino contar una historia clara, la de quienes llegaron, aprendieron el mercado, entendieron el paladar local y decidieron cocinar desde ahí, sin pedir disculpas.

En Lima, diciembre es verano. Pero ahora, entre el anticucho y el panetón, hay una hallaca que no recuerda el pasado con melancolía, sino que cocina el presente con inteligencia. Y eso, en tiempos como estos, ya es bastante.

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