Diego Lazarte habla de Palomino recordando un territorio mítico que también fue trampa. Creció entre las calles donde era más divertido jugar a oscuras, los recreos interminables y los ritos adolescentes que iban del techno noventero al reggae de Tierra Sur. Su primera novela, Última salida de Palomino, vuelve a ese escenario reconstruyendo un barrio donde cada negocio muere, la cancha funciona como ágora involuntaria y el humor es defensa ante la precariedad. El protagonista, Kennedy –bautizado así por un padre que solo dejó deudas y tres libros– intenta escapar del destino común: fábricas, construcción civil o el giro circular de no hacer nada. “Es una novela picaresca: cómo no caer en la delincuencia teniendo tan pocas oportunidades”, explica. Sus personajes se mueven entre trabajos fugaces, sueños rotos y una ciudad que les exige más de lo que da. El humor es un motor, no un adorno. “Para el peruano es reír o llorar. Yo prefiero reír”, afirma. Esa risa sostiene una Lima marginal donde, como en las buenas historias, nadie se salva del todo. La redención aquí no es un final luminoso: es seguir intentando. “Mis personajes quieren salir, pero el barrio siempre los jala de vuelta”.
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