Por: Cristina Dreifuss
Decana de la Facultad de Arquitectura y Diseño – UPN
Hay algo seductor en circular por la Vía Expresa Sur cuando el tráfico fluye. Los carriles amplios y la velocidad en una ciudad acostumbrada al caos hacen que, por instantes, uno crea que Lima finalmente entendió cómo gestionar su tráfico. Es una ilusión.
La Vía Expresa Sur confunde velocidad con planificación, y construcción con progreso. Si bien ofrece momentos de fluidez vehicular, estos son apenas oasis en un desierto de problemas estructurales. Las conexiones con el resto de Lima son un desastre: accesos y salidas trazados con improvisación, semáforos sin sincronización que convierten la “vía expresa” en una más entre las tantas vías colapsadas de la ciudad.
Pero lo verdaderamente terrible es el tratamiento del peatón. O, mejor dicho, su ausencia. En una ciudad donde millones se movilizan a pie, esta vía fue diseñada como si los peatones no existieran. Sin puentes suficientes, sin pasos a desnivel, sin semáforos adecuados.
En pleno 2025, en una obra presentada como moderna, la solución para el cruce peatonal es poner a alguien con chaleco reflectante en medio de carriles de alta velocidad. Es la institucionalización del riesgo innecesario.
La Vía Expresa Sur es el espejo perfecto de cómo Lima construye: con urgencia en lugar de planificación, privilegiando el vehículo sobre las personas, con mentalidad de parche en lugar de solución integral. Es informalidad con presupuesto público.
Una infraestructura seria se integra a su contexto. Considera flujos existentes. Protege al peatón con ingeniería, no con personal expuesto. Se construye después de estudios rigurosos, no antes. Se implementa considerando a todos los actores.
Esta obra nos vende la ilusión del progreso mientras profundiza nuestros problemas: una ciudad fragmentada, hostil con el peatón, reacia a la planificación seria. Es la confirmación de que seguimos operando con lógica informal en proyectos formales, creyendo que construir rápido es lo mismo que construir bien.
Porque al final, ¿qué clase de progreso requiere que alguien juegue con su vida para que otros puedan cruzar la calle?