Por: EDUARDO BRUCE MONTES DE OCA*
Sin pena ni gloria, el Congreso ha vacado a Dina Boluarte. Al hacer una vacancia exprés, al borde de la ilegalidad, el Congreso se ha librado del mal rato de debatir causales de vacancia, pues no tendrían cómo sostener que la vacan por motivos que en el pasado reciente blindaron. De menuda tarea se libraron.
Hay dos acontecimientos que causaron el súbito cambio de humor del Parlamento: la violenta agresión recibida en Juliaca por el candidato de Avanza País, y el tiroteo en el concierto de Agua Marina. Claramente, se ha visibilizado más la violenta irrupción en el masivo concierto de un conjunto musical muy popular, pero no podemos desechar el ataque a Phillip Butters en Juliaca como causal. Es que los políticos multicolores que, desde el Congreso, manejan al Ejecutivo, han visto el maltrato a Butters como si se vieran en el espejo, de cara a sus futuras ambiciones de seguir en el poder.
Aunque muchos de ellos sean de interior, se han dejado seducir por la endogamia limeña, que interpreta lo que se vive en Lima como una realidad aplicable a nivel nacional. Eso no es así. El inteligente y canchero candidato Phillip Butters, quien se maneja con cánones de ultraderecha, no ha podido usar sus habilidades comunicativas ante un pueblo indignado por sus muertos de 2021 y ofendido por ser tildado de terrorista.
Si nos referimos a la última encuesta publicada por IPSOS, vemos que ningún candidato supera el 10 %, y, salvo honrosas excepciones, son parte del elenco estable de la política peruana; ese elenco que hoy las voces de la calle, especialmente los jóvenes y los habitantes del Interior desprecian.
Más específicamente, en el caso de Rafael López Aliaga, del 10 % que le asigna IPSOS, se desdobla en 19 % en Lima (entendible por ser el alcalde actual), pero en el interior tiene 6 %. Con ese estadígrafo, en el interior no llegará lejos. Y es que no se me ocurre qué pueda ofrecer el hoy exalcalde limeño al habitante del interior. Su línea ultraconservadora no le permite presentarse como un líder que haga viajar el concepto de inclusión hacia ese Perú profundo.
Analicemos qué nos ha pasado recientemente. En las elecciones de 2021 se encumbró, en los inicios, un personaje inédito: George Forsyth, conocido por su condición de jugador de fútbol, con buena imagen en todo el Perú. Sin embargo, comenzó a descender en las preferencias electorales. Hacia el final, arremete un personaje desconocido: Pedro Castillo, un profesor de escuela pública rural, que logra ganar en primera vuelta con el 19 % de los votos, seguido por un grupo de tres candidatos de derecha: Keiko Fujimori con 13 %, y Rafael López Aliaga y Hernando de Soto empatados con 12 %. Un 44 % se distribuyó entre otros partidos. En segunda vuelta hubo un empate estadístico, pero el conteo mesa a mesa dio como resultado a Castillo como ganador. (Dejando de lado la polémica sobre el presunto fraude, lo que ocurrió fue un empate).
¿Estamos ahora en un escenario similar? No, y lamentablemente creo que ha cambiado para peor. Los elementos sociales y políticos de las elecciones de 2021 que encumbraron a Castillo no solo siguen ahí; han empeorado. Los síntomas son claros: se sabe que si las elecciones de 2026 incluyeran a personajes como Pedro Castillo, Antauro Humala o Martín Vizcarra, tendrían mucha votación, incluso podrían resultar ganadores. Siguiendo la tendencia mundial, y con matices propios de nuestra realidad, todo potenciado por el avance de las redes sociales, la polarización entre clases sociales y tendencias políticas ha empeorado.
Hoy en regiones como Puno, los jóvenes están muy interconectados por medio de redes sociales. Visibilizan las carencias y vicios de nuestro sistema político como nunca antes se ha visto. Los escándalos de corrupción son vistos y conocidos con detalle. Imaginen qué pensarán los jóvenes de la sierra sur, cuando ven en redes que nuestros políticos más visibles tildan de “terroristas bien muertos” a su propia gente. En estos momentos pueda ser que no tienen un candidato, pero ciertamente estarán dispuestos a apoyar a cualquiera que represente un rechazo a esa clase política que distinguen como enemiga y corrupta.
Las brechas entre Lima y el interior son mucho más anchas. Comenzando por las sangrientas jornadas de diciembre de 2021, en donde murieron decenas de ciudadanos, son interpretadas de dos maneras con posiciones irreconciliables: unos dicen que fueron terroristas justamente eliminados, mientras otros, enfurecidos, resienten la muerte de personas inocentes, cuyo único “crimen” fue protestar por lo que consideraban un golpe de Estado contra su presidente, Pedro Castillo.
Además, tenemos el tema de la tendencia global que apunta hacia una derecha reivindicativa, inspirada en realidades propias de los países del hemisferio norte, en especial de Estados Unidos. Pero aquí estamos haciendo una mala copia.
Los movimientos anti-woke y MAGA se mueven por un deseo de volver a épocas anteriores a la globalización, cuando los obreros tenían ingresos que les permitían un nivel de vida mucho mejor que el actual. Falsamente creen que eliminando la competencia de inmigrantes y trabajadores de otras naciones –que producen bienes a costos más competitivos– recuperarán su bienestar perdido.
Atacan las políticas inclusivas hacia otras etnias, ya sean afrodescendientes o latinas, bajo la idea de que esas poblaciones les quitan recursos y oportunidades. En Estados Unidos, el enemigo no es “el pueblo americano tradicional”, sino el inmigrante, el afrodescendiente y el latino. Quieren cerrar fronteras y expulsar lo foráneo porque creen que así podrán vivir mejor. En una palabra, buscan desmontar el Estado de Bienestar que surgió del nuevo orden mundial después de la Segunda Guerra Mundial.
Pero ese no es nuestro caso. En el Perú nunca hubo, ni se pensó realmente, en un Estado de Bienestar. Aquí no existen etnias “que se hayan colado” al país: somos de diferentes etnias, todas consideradas nativas de nuestra nación. En realidad todos somos mestizos, y no tiene sentido hablar de discriminaciones étnicas en los mismos términos. Tampoco tenemos un problema real de inmigración.
El llamado anti-wokismo lo hemos interpretado como una satanización de los llamados “caviares”, un fenómeno propio y local. Y, sin mayor reflexión, hemos importado el discurso MAGA con su versión criolla: ¿MPGA? (Make Perú Great Again?)
Habría que reflexionar como sociedad, y orientarnos a un discurso inclusivo, un Perú para todos. Ojalá que existan candidatos que llenen ese vacío para evitar que entremos en la pesadilla de tener otro Pedro Castillo.
(*) El autor representa la Movement Health Foundation en el Perú