En los salones de clase, hay niños que se mueven a otro ritmo. Mientras unos copian de la pizarra, otros le dan vuelta al lápiz, dibujan en las mesas, se levantan, sueñan despiertos o simplemente no pueden enfocarse completamente. Son los que suelen oír frases como “concéntrate” o “¿por qué no puedes quedarte quieto?”. Para la psicóloga infanto-juvenil Silvana Guerrero, ese gesto cotidiano es la punta de un problema más amplio: la incomprensión del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), un diagnóstico muchas veces mal entendido o, peor aún, convertido en estigma.
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