La construcción de un muro precario para esconder nuestro río Rímac, es una decisión que evidencia la falta de visión y compromiso real con el desarrollo urbano sostenible. En lugar de apostar por una solución integral que transforme este recurso natural en un verdadero atractivo para la ciudad, las autoridades han optado por el camino más fácil: ocultar el problema detrás de una pared.
Esta medida resulta particularmente lamentable cuando consideramos que estamos hablando de la zona cercana al aeropuerto: la primera impresión que reciben miles de visitantes que llegan a nuestra ciudad. ¿Qué mensaje estamos enviando? Que preferimos esconder nuestros problemas urbanos y ambientales antes que enfrentarlos con soluciones creativas y sustentables.
Existen ya iniciativas y planes para la rehabilitación del río Rímac y sus alrededores, integrales, que representan oportunidades para revitalizar todo el sector. Como en muchas otras partes del mundo que ven en sus ríos un potencial paisajista, estos planes consideran caminos peatonales, áreas verdes, espacios recreativos y comercio, que atraerían tanto a locales como a turistas. Esta inversión no solo mejoraría la calidad de vida de los ciudadanos, sino que generaría empleos y dinamizaría la economía local.
El río Sena en París, el Támesis en Londres, o más cerca, el río Medellín, son ejemplos de cómo la planificación inteligente transforma espacios degradados en símbolos de orgullo ciudadano.
El muro que hoy nos avergüenza es el símbolo de una mentalidad cortoplacista que sacrifica el potencial de desarrollo por soluciones cosméticas, que, además, tendrán un desgaste muy rápido.
Nuestros ríos merecen respeto, no ocultamiento. Nuestros visitantes merecen una ciudad que muestre con orgullo sus recursos naturales, no que los esconda detrás de muros de concreto. Es hora de exigir políticas urbanas que vean más allá del presente inmediato.
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