Es un viaje por las profundidades de uno mismo donde las enrevesadas vinculaciones humanas van apareciendo como capas concéntricas. En una performance extraordinaria, el personaje (Accinelli) cuenta sobre sus desdoblamientos de personalidad que tensan una historia en la que los cordones umbilicales, tanto biológicos como metafóricos, son el eje de una convivencia múltiple que no descansa en trazar sus propios orígenes. Para ello, el magnífico guion va conduciéndonos por senderos que se bifurcan y se envuelven cuales pequeñas piezas fractales. Con ello, la batalla mental que se enfrenta es con la propia configuración individual y las complejas contradicciones que nos habitan. Al fin y al cabo, son muchos a la vez que están en una sola persona.
En ese desplazamiento hacia adentro, brotan los desencuentros y las roturas emocionales de las que también estamos compuestos. Pero en las profundidades mentales no hay reposo, sino una amalgama laberíntica de fragmentos de imposibilidades y deseos que se entrecruzan sin clemencia. Es que en las ramificaciones posibles de una mente que oscila entre la luminosidad y las oscuridades, aparecen también, cual destellos, homenajes a mujeres que han significado algún hito para el dramaturgo. Por lo tanto, la puesta de escena es a la vez una proyección de sus gratitudes que han marcado su propia evolución.
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