Cuando un Estado de derecho pierde previsibilidad, también comienza a desvanecerse la seguridad para invertir, y con ella, el futuro de toda una economía. La actual política del presidente Donald Trump está sumida en la arbitrariedad: impone sanciones comerciales al azar y otorga exenciones según su estado de ánimo.
Primero, un aparente acuerdo con Suiza; luego, la amenaza repentina de aranceles del 39 %. A Taiwán le impone un 20 %, a Canadá un 35 %, a India un 25 %… y anteriormente fue el turno de la Unión Europea. El desconcierto es global.
No hay forma diplomática de decirlo: Trump ha dejado de ser un interlocutor confiable para el comercio internacional. El libre comercio, las cadenas de suministro globales, los tratados multilaterales… todo está siendo socavado. Y no, ni siquiera Estados Unidos “ganará” esta guerra, pese a lo que se pregona en la Casa Blanca. En esta clase de caos no hay ganadores, solo un profundo desgaste de la confianza entre economías aliadas.
Porque en la economía global, la moneda más valiosa no es el dólar: es la confianza.
Europa bajo amenaza (otra vez)
Las siguientes amenazas arancelarias apuntan nuevamente a la Unión Europea. Trump exige compromisos de inversión por más de 600 mil millones de dólares, que según él no deberían ser tratados como préstamos, sino como regalos. Peor aún: pretende decidir el destino de esas inversiones según su conveniencia.
Si no se concreta ese colosal volumen de inversión —cosa improbable en tiempos de desaceleración global—, la UE podría enfrentar nuevos aranceles del 35 %.
El próximo objetivo: el sector de semiconductores
Ahora Trump dirige su atención al sector más estratégico del momento: los semiconductores. Su intención es clara: lograr una industria “Made in USA”, aunque eso tome años y billones de dólares.
Compañías como TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company) ya han invertido sumas gigantescas en Arizona, donde nace un verdadero “Silicon Valley 2.0”. Pero si se imponen aranceles a productos de semiconductores ahora, se podría frenar en seco la ola de la inteligencia artificial.
Esto afectaría directamente a los grandes gigantes tecnológicos de EE.UU., muchos de los cuales cotizan en el NASDAQ-100.
Un mérito que no se puede negar
Hay un dato que respalda la ambición estratégica de Trump:
EE.UU. solo produce el 10 % de los semiconductores del mundo,
pero alberga la sede de la mitad de las empresas más relevantes del sector.
El objetivo de su política es, al menos en teoría:
acortar cadenas de suministro,
garantizar seguridad en productos críticos,
crear empleos de alta tecnología en suelo estadounidense,
y reducir la dependencia externa.
Pero si las medidas son torpes, el remedio podría ser peor que la enfermedad. El mundo ya vio durante la pandemia lo que significa depender de otros.
Dirk Friczewsky, ActivTrades.
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