Por Gustavo Pozzo di Florianni, especialista en Marketing y Economía del Comportamiento.
“El verdadero viaje no es cruzar océanos, sino descubrir la profundidad de tu propia alma.”
Por lo general, escribo sobre Marketing, hoy solo quiero ser yo.
La vida, amigos, es un carnaval. Un desfile incesante de momentos efímeros, algunos triviales, otros trascendentales. Pero hay ciertas experiencias, ciertas chispas de magia, que se graban a fuego en la memoria, convirtiéndose en hitos imborrables en el mapa de nuestra existencia. De esas experiencias quiero contarles, de una que me dejó sin aliento, con el corazón latiendo a mil por hora, una experiencia que definió, de alguna manera, quién soy.
Recuerdo el ambiente, una mezcla embriagadora de expectación y adrenalina. El aire, denso con el aroma a aventura. El sonido, una sinfonía de murmullos y risas nerviosas.
No diré dónde ni cómo sucedió, porque la magia de ese momento reside precisamente en su misterio, en su carácter íntimo, personal. Pero les puedo asegurar que los sentidos se intensificaron, como si se hubieran afinado a una frecuencia desconocida. El tiempo se distorsionó, se estiró, se contrajo. Era como si estuviera fuera del tiempo, flotando en un espacio donde solo existía el presente, intensísimo, desbordante.
Los colores se volvieron más vibrantes, los sonidos, más nítidos. Cada sensación, amplificada hasta el máximo. Fue un encuentro, sí, pero no con una persona, sino con algo mucho más grande, más profundo. Fue un encuentro conmigo mismo, con esa parte de mi ser que a veces se esconde bajo la rutina, la monotonía del día a día.
Esa experiencia me enseñó la fragilidad y la fuerza del alma humana. Me mostró la belleza de la vulnerabilidad, la magia que se esconde en lo inesperado. Y sobre todo, me recordó que la vida es demasiado corta para aferrarse a la mediocridad, a la comodidad de lo conocido. Hay que atreverse a saltar, a volar, a vivir con intensidad, aunque eso implique el riesgo de caer, de tropezar.
Porque al final, las cicatrices, las caídas, son parte de la aventura. Y son esos momentos, esos instantes inolvidables, los que nos construyen, los que nos definen. Los que nos recuerdan que estamos vivos.
Así que, amigos, busquen sus propias festivas máximas. Aventúrense. Y recuerden siempre, que la vida, a pesar de sus sombras, es una celebración.