Por Gustavo Pozzo di Florianni, especialista en Marketing y Economía del Comportamiento.
“No se trata solo de importar tecnología, sino de importar oportunidades. Invertir en la innovación del peruano es invertir en el futuro del Perú.” – Omar Fernández, gerente de operaciones.
El Perú, ese país de contrastes, donde la tradición se enfrenta a la modernidad a cada instante, se encuentra ante un dilema crucial: ¿se ahoga en la ola de la globalización o aprende a surfearla? Hablamos, claro está, del sector empresarial, específicamente, de la importación de tecnología y su impacto en la competitividad.
Recientemente, conversé con Omar Fernández, gerente de operaciones de Plastimetal, y sus respuestas, aunque con el optimismo empresarial propio de quien ve el vaso medio lleno (o mejor, repleto), revelan una realidad que requiere una mirada más profunda.
Fernández, con la seguridad de quien conoce su terreno, habla de la necesidad de integrar sistemas importados con el talento nacional. Es la clásica fórmula: el músculo tecnológico extranjero con la mente ingeniosa y trabajadora peruana. Suena bonito, ¿no? Pero la realidad es que esa integración requiere, para ser efectiva, mucho más que buenas intenciones.
Necesitamos un cambio de paradigma, un salto cuántico que nos lleve de la subsistencia a la verdadera competitividad. Fernández toca el punto neurálgico: el financiamiento. El empresario peruano, especialmente la pyme, se enfrenta a un David contra Goliat constante. Las multinacionales, con sus líneas de crédito a 120 días, aplastan la posibilidad de crecer a aquellos que, con talento y esfuerzo, ofrecen productos de igual o mejor calidad a menor costo.
Aquí no se trata sólo de importar una máquina, se trata de acceder a un sistema financiero que permita al empresario peruano participar en esa gran fiesta global. La falta de liquidez, según Fernández, es un freno insalvable. El factoring privado ayuda, pero no es suficiente. Necesitamos un programa estatal, una inyección de capital inteligente y estratégico, que permita al empresario nacional financiar sus compras, invertir en capacitación, e implementar la tan necesaria automatización.
Imaginemos un escenario donde el Estado, en vez de ser un obstáculo, se convierte en un facilitador. Un Estado que no solo crea normas, sino que también crea oportunidades. Un Estado que no sólo exige, sino que también apoya. No estamos hablando de regalar dinero, sino de crear las condiciones para que el talento y la innovación florezcan.
El sector agropecuario y minero, motores de nuestra economía, necesitan con urgencia esta transformación. Por otro lado, la automatización de procesos, es clave para seguir creciendo, pero sin acceso al crédito, esa automatización se queda en un sueño. El Perú se juega un futuro vibrante o un presente monótono y repetitivo.
No nos dejemos engañar por la retórica optimista. La competencia global no es un juego, es una lucha por la supervivencia, y necesitamos equiparnos de manera eficiente para ganar. De lo contrario, seguiremos siendo un país con un gran potencial, pero con una realidad que nos sigue dejando en la orilla del desarrollo. Solo un cambio estratégico, valiente y decididamente pragmático, nos sacará del atolladero.