En el mundo del diseño y la arquitectura, a menudo se genera un dilema entre las perspectivas del cliente y las del profesional. Por un lado, el cliente tiene una visión de sus necesidades y preferencias, y considera que “tiene la razón”. Por otro lado, el arquitecto o diseñador cuenta con la experiencia y el conocimiento técnico para proponer soluciones innovadoras. ¿Cómo se llega a un equilibrio en esta dinámica?
Empecemos por reconocer que tanto el cliente como el profesional tienen razón en sus planteamientos. El cliente conoce mejor que nadie sus requisitos, estilo de vida y aspiraciones. Esa información es invaluable y debe ser el punto de partida para el diseño. Sin embargo, el arquitecto aporta la pericia y la creatividad necesarias para transformar esas necesidades en una solución de diseño, sin dejar de lado el que pueda aportar con nuevos puntos de vista que permitan que el cliente imagine posibilidades y escenarios que van más allá que lo que él mismo había identificado en un principio.
LEE | Los Tres Cantos del Gallo
Premios como el Mies Crown Hall obtenido por la Universidad de Piura y los arquitectos Barclay y Crousse en el proyecto del aulario (2016), son ejemplo de una relación fructífera entre clientes y arquitectos.
Esta colaboración equilibrada fomenta la comunicación abierta y la confianza mutua. El cliente se siente escuchado y valorado, mientras que el arquitecto o diseñador tiene la oportunidad de explorar soluciones creativas que se basan en necesidades reales y soluciones potenciales planteadas desde la realidad del cliente. Juntos, tienen el potencial de crear espacios que no solo satisfacen las necesidades, sino que también superan las expectativas.
Cuando cliente y arquitecto se identifican como aliados y trabajan en sinergia, reconociendo la legitimidad de sus respectivas perspectivas, se genera una colaboración fructífera que da lugar a soluciones de diseño excepcionales. Porque en este contexto, tanto el cliente como el profesional “tienen la razón”.