Los nuevos aranceles de importación impuestos por Estados Unidos cumplen dos objetivos claros: recaudar dinero para las arcas públicas y encarecer los productos extranjeros para favorecer el consumo de bienes “Made in USA”. Sin embargo, el problema es el tiempo. El retorno a una producción nacional autosuficiente no puede lograrse de la noche a la mañana, y en muchos sectores pasarán años hasta que se reactive plenamente la manufactura local.
La realidad es que la industria estadounidense —como la de la mayoría de economías desarrolladas— depende profundamente de insumos y productos intermedios provenientes de Asia-Pacífico. Se trata de materias primas, componentes tecnológicos y bienes industriales estratégicos cuya ausencia puede frenar la producción nacional.
A ello se suma el caos normativo: sectores como la aeronáutica o el ámbito de defensa nacional están exentos de los aranceles. Pero el sistema se ha convertido en un laberinto de excepciones y excepciones a las excepciones. Cuando aparecen cuellos de botella productivos, se hacen ajustes sobre la marcha. El resultado: una política comercial percibida como improvisada y errática.
Cadenas de suministro y presión inflacionaria
Los efectos colaterales ya se sienten. La disrupción en las cadenas de suministro globales provocada por las tarifas está contribuyendo a un aumento sostenido de los precios. La presión inflacionaria se ha intensificado y ha generado un nuevo foco de tensión entre la Casa Blanca y la Reserva Federal.
El presidente Trump ha intensificado sus críticas contra el presidente de la Fed, Jerome Powell, y exige una pronta reducción de tasas de interés. Sin embargo, el comité de mercado abierto de la Fed (FOMC) ha mantenido una postura firme. Según las proyecciones del mercado de futuros, hay una probabilidad del 96,9 % de que las tasas se mantengan entre 4,25 % y 4,50 % en el anuncio de política monetaria previsto para este miércoles 30 de julio.
Aunque la Fed podría recortar tasas en lo que queda del año, un recorte agresivo sería visto como una concesión política, algo que la institución ha evitado para proteger su independencia y credibilidad. La Fed insiste en que sus decisiones seguirán siendo basadas en datos, monitoreando de cerca el impacto de los aranceles sobre la inflación.
El riesgo de una guerra comercial total con China
Las miradas ahora se centran en la negociación entre Washington y Pekín. Si fracasan las conversaciones, los aranceles para productos chinos volverían a dispararse hasta 145 %, mientras que China aplicaría un 125 % a bienes estadounidenses. Esto podría traducirse en un virtual colapso del comercio bilateral, una situación insostenible para ambas potencias.
En este contexto, China mantiene un as bajo la manga: su dominio sobre las “tierras raras”, materiales esenciales para tecnologías avanzadas. Este control estratégico le otorga una ventaja negociadora relevante.
Sin embargo, todo apunta a que habrá un acuerdo, aunque sea desequilibrado. Como ocurrió con la Unión Europea, China probablemente deberá ceder más. Al final del día, Estados Unidos necesita financiar su presupuesto… y el mundo paga la factura.
Dirk Friczewsky, ActivTrades.
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