Cristhian Pacheco fue el arquitecto de su destino. Atenazado a una pobreza que lo obligaba a lavar carros en Chilca, Huancayo, empezó imaginando que su sueño de ser deportista, como lo era su hermano Raúl, era una utopía. Pero esta solo fue una secuencia mental de corte temporal. Nunca se quedó estático. Después de experimentar una breve sintonía con el fútbol, típico en un país adicto al deporte rey, tuvo el clic oficial con el fondismo, otro frente que ha venido de menos a más en estas latitudes.
Las zapatillas prematuramente deterioradas de Pacheco eran la muestra de una fuerza de voluntad que tarde o temprano rendiría sus frutos. Y así fue. Antes de cumplir los 20 ya era un reconocido maratonista en la tierra que lo vio nacer. Notó además que esta era la fórmula para liberar a su familia den una realidad que había que superar. Por eso, dio el salto a la capital.
La federación lo calibró y lo sumó. Inmediatamente se volvió un representante nacional y participó en los Juegos Panamericanos 2022. El oro era la consigna y lo logró. Ese, sin embargo, no era el límite. También fue convocado para los Panamericanos 2023 y repitió el plato: otro oro, un bicampeón con creces. Aunque revela que no tuvo el apoyo necesario y estuvo a punto de renunciar, reconoce que el vigor del predestinado lo impulsó y así salió adelante. Pide más apoyo a la federación, pensando no solo en él sino también en sus colegas. “Se necesita mayor inversión para mantener un alto nivel deportivo. Para que el respaldo sea óptimo, tienen que ir de la mano el Estado, el IPD, la Federación y el deportista. Se deben crear programas. Es todo un ciclo olímpico”, apunta. Pacheco no deja afuera a nada ni nadie.