El estilo. La prosa. La irreverencia. La ironía. La oceánica cultura. O el humor. ¿Desde qué ángulo abordar los dos tomos de Otras disquisiciones de Víctor Hurtado Oviedo? En tiempos en los que el periodismo de opinión atenta contra el sentido común, bien haríamos en visitar estas páginas que revelan a una de nuestras mayores plumas, quien honra uno de los mayores privilegios de hoy: decir lo que se piensa. Sobre Otras disquisiciones, CARETAS conversó con VHO.
–A primera impresión, Otras disquisiciones podría estar dentro del articulismo, pero los textos son ante todo ensayos.
Yo no escribo artículos, sino ensayos, aunque sean breves –los ensayos deben ser breves–. Para ser literatura, un ensayo debe contener numerosas figuras retóricas. Las figuras literarias son lo único que convierte un escrito cualquiera o un discurso oral en literatura. Una novela sin figuras es una novela, pero no es literatura –quizá llegue a ser un documento de la FAO–. Un ensayo es tan libre como un cuento, aunque escribir un ensayo es difícil porque tiene tema, pero carece de argumento narrativo, de personajes vivos, de diálogos, de movimientos…
En el ensayo, las ideas y las figuras retóricas deben batirse solas. Se nota cuando el presunto ensayista carece de retórica: lo que hace es un artículo plano o un “paper”, como tan bien decimos en inglés quienes pensamos en castellano.
–Este es el libro de alguien que no se toma en serio como intelectual, siéndolo.
Yo no soy jardinero ni astronauta, de modo que podría ser intelectual; eso sí: miniintelectual, apto para las cazuelas de los viejos cines del distrito de Breña, mi patria chica. Soy un intelectual sin-papeles, en borrador, de segundilla, y tal vez me llamen cuando se mueran los intelectuales de verdad. No pierdo esta ilusión, pero sí el tiempo.
–Ud. no escribe, Ud. cincela. Culturalmente, ¿Costa Rica te dio lo que no te dio el medio periodístico peruano?
Cincelar un escrito implica un riesgo con los dedos. En Costa Rica nunca frecuenté cenáculos literarios, aunque en el Perú fui amigo- aerolito de Hora Zero en los años 70. En mi defensa, declaro que nunca escribí poesía. En Costa Rica fui editor de un diario; o sea, periodista cama-adentro y con horario fijo; y esto me otorgó tiempo para leer, que me faltaba en el Perú, donde las crisis duran más que las películas de Martin Scorsese. Paro metido en mi casa, pero reconozco que salgo durante los temblores. Soy un gato doméstico transmutado en ratón de biblioteca: la evolución de las especies –tú sabes…–.
–¿Cómo cuidas o cultivas el humor en tiempos en los que impera lo políticamente correcto?
Por decencia cívica. El humor es irreverente, subversivo, desfachatoso y superrecontracultural en tiempos de tiranías políticas o ideológicas, como la memez esa del “lenguaje inclusivo”, creado para detectarnos a los rebeldes, pero que se refuta así: “1. Los idiomas cambian (cierto). 2. Por tanto, los idiomas deben cambiar como yo quiero (falso)”. Ahora hasta hay bellacos dedicados a derribar estatuas porque nunca merecerán una.
–Tu vida es leer, y en el tiempo libre trabajas. Tus textos no son nada poseros. ¿Detestas el ambiente intelectual?
En mi tiempo libre ya no trabajo porque he pasado a mejor vida: la del jubilado. No detesto los ambientes intelectuales, y la prueba de que los respeto es que no formo parte de ellos. Nadie me busca, excepto mi esposa para que baje a almorzar (sí: soy doméstico- tradicional). Bueno, no estoy completamente solo pues, al leer, “escucho con mis ojos a los muertos”, como escribió don Francisco de Quevedo, diablo máximo de m santoral literario. Como él, yo trato de ser conceptista: expresar una idea con el menor número de palabras. Siempre hay que ser claros; sencillos, nunca. La sencillez es una gracia verbal de los cobradores de microbuses, lo que me está vedado a mi edad. Un anexo de mi bibliotelibro trata sobre cómo lograr la claridad.
–¿Qué te preocupa del periodismo peruano hoy?
Sigo poco el periodismo peruano, sobre todo el visual. No percibo mucha diferencia con el que conocí hace 34 años: gente muy buena en el oficio, y otros que deberían cambiarlos por un mototaxi que atropella el idioma. En realidad, en casi todos los países hispanos, incluida España, es lugar común denostar la calidad del periodismo, tal vez porque algunos meten su ideología de contrabando y escriben con los pies –de página–.
–¿Cuál es el secreto para escribir tan bien y a la vez transmitir una crítica festiva?
Es útil leer a quienes revelen ingenio verbal. Es una cualidad innata: unos la tienen más, otros menos. Es innata como la habilidad para jugar al fútbol, tocar el piano o engatusar a los electores. Sin embargo, como toda habilidad, puede desarrollarse. Para aprender, suelo frecuentar a maestros, como Abraham Valdelomar y Francisco Umbral. Para acometer críticas festivas ayuda mucho el sentirse a veces bien con el mundo y el haber descubierto el secreto de Pedro Infante: tratar de hacerse querer. Por lo demás, ya no escribo: odio escribir, aunque, escribiendo, he vivido del odio durante cuarenta años. Ahora soy un haragán que ha terminado sus obras completas. Quizá me dedique a la carpintería porque faltan horcas en la política peruana.