Placer de narrar y necesidad impostergable

Escribe: Ricardo González Vigil

Fruto de tres décadas de dominio creciente de los recursos narrativos, Aliento frío (Lima, Colmena Editores), de Rosario Arias Quincot, constituye un contundente primer libro de cuentos que sitúa a su autora entre las voces más significativas de nuestra narrativa femenina actual.

La variedad temática de Aliento frío calza con una visión prismática (rica en niveles subyacentes), compleja y perturbadora de la existencia, especialmente cuando aborda el potencial cuestionador de la escritura, tanto la que producen sus personajes (en un caso, “Al margen por contrato”, incluye textos expositivos, no literarios) como la que leen identificándose con las páginas que devoran encandilados, sorprendidos de las coincidencias y semejanzas.

Y es que Rosario Arias comprende cabalmente el rol fundamental que cumple la tradición literaria universal en las “entrañas” de un creador. Bien lo sabe la escritora de “La deuda”: “esa historia (…) estaba ahí como una presencia, pero no lograba sentirla en las entrañas como deben sentirse las historias para contarlas. Entre el sueño y la vigilia, en ese estado en el que nuestras ideas no son enteramente nuestras, comprende que todo se encuentra conectado y tejido dentro de los recovecos de una narrativa que es más grande que nosotros mismos” (p. 27). Ejemplos soberanos son “El encuentro”, memorable variación (en el sentido musical) del célebre cuento “Tristes querellas en la vieja quinta” de Julio Ramón Ribeyro; y “Capítulo VIII: la venganza”, vivida como una reencarnación de la venganza de Aguirre narrada por el Inca Garcilaso.

Desde textos con desenlaces imprevistos (los caballerescos finales de “La deuda” y “La revancha”, la trastocadora revelación erótica de “La favorita”, el descubrimiento de la maternidad reprimida de una religiosa, en “Olor a santidad”, y la manipulación institucional en “Al margen por contrato”) hasta tramas abiertas (dos muestras antológicas: “Sabor a sal” y “Sin reservas”), el conjunto rebosa humor, ironía, “placer de contar historias” y “necesidad impostergable” (p. 149) de expresarse.