Nuestro clásico moderno

Por Czar Gutiérrez | Luego de inaugurar El buen lugar en el MAC y celebrar sus 50 años como pintor, Ramiro Llona habla de su olimpo particular, de sus entrañables amigos y de sus enemigos íntimos. Y también, por supuesto, dispara grueso contra el mercado del arte y otros desaguisados nacionales.

por marcerosalescordova@gmail.com
Ramiro Llona

“Eso, que podríamos llamar ‘el lugar del éxito’, existe. Pero es algo que sucede después del trabajo. Uno pinta porque si no lo hace muere; la pintura para mí es un acto de sobrevivencia”, dice. Y en efecto: una serie ciclópea de óleos signados por una particular mezcla de abstracción geométrica y expresionismo abstracto nos circundan. Miden tres por seis metros y están tensionados por la precisión simétrica. Son estructuras visuales complejas, formas que se organizan meticulosamente pero que también tienen una calidad dinámica que sugiere movimiento y profundidad.

Ya lo había advertido hace una década el historiador de arte norteamericano Edward J. Sullivan: “Me han parecido mapas de carreteras de los valles y montañas, las profundidades y las alturas, de la psique humana”. Dieciséis de esos gigantes ahora mismo se exhiben en el MAC de Barranco. Llona confiesa haber trabajado en ellos durante los últimos 8 años “para saber de qué tamaño soy, de qué estoy hecho, de qué porte es mi desencuentro”. En realidad, viene pintando cíclopes desde hace 50 años de la única manera que sabe hacerlo: para no morir.

Las ínsulas extrañas

¿Piensas en la muerte? “No mucho”, dice el artista de 76 años. “Pensar qué tipo de pintor quiero ser es más importante para mí. No estoy listo para irme, tengo muchas cosas que hacer, quiero seguir pintando, quiero ver a mis hijos crecer, quiero quedarme un rato más. Hoy la gente joven está apurada y no mira ni para atrás ni para arriba. Yo admiraba a mis maestros, los veneraba, eran una fuente inagotable de sabiduría. Tuve la suerte de conocer a personajes maravillosos como Blanca Varela, Szyszlo, Westphalen, César Calvo, Max Fernández, gente realmente extraordinaria”.

“Cuando uno se sentaba a conversar con Blanca o con Emilio Adolfo, o simplemente caminaba con ellos en silencio, todo parecía importar. No había restos, nada se desperdiciaba. Todo era sólido, todo era coherente, todo tenía una profundidad a la vez que fluía y era de muy poca pretensión”. Tengo entendido que Westphalen visitó tu taller en Manhattan. “Sí. Y cuando el crítico Gustavo Buntinx, que firmaba como Sebastián Gris me atacó, el poeta escribió una nota muy elogiosa acerca de mi arte en la revista Debate. Imagínate si eso no es más importante que la mezquindad de cierta gente”. 

¿Y cuánto te influyó Szyszlo artísticamente? “Era un magnífico maestro y nos trasmitía con generosidad su pasión por la pintura. Él, junto a otros escritores, arquitectos y poetas redescubren el Perú profundo, lo precolombino. Miraban un tejido Huari con la misma exigencia que una pintura de Cézanne. Lejos de lo nostálgico o nacionalista, incorporaron toda esa información visual a un lenguaje universal. Yo miro una tela Huari con la misma exigencia que miro La anunciación de Piero della Francesca”.

Ejercicios materiales

Será precisamente el viejo maestro toscano, tanto como el Giotto y Fra Angelico, quienes gobiernen el olimpo actual de Llona de la misma manera como en los ochenta lo hicieron Rothko, de Kooning, Gorky, Pollock, Motherwell y Barnett Newman. Por entonces en el Perú dominaban los colectivos pictóricos Huayco o Paréntesis. Pero Llona siempre fue un insular. Un intelectual muy activo políticamente que, desde su independencia, abogó por los derechos de los artistas frente a las galerías.

También se enfrentó a los alcaldes que no querían el MAC en Barranco. A los directores de museos que no muestran las colecciones. Contra las ferias de arte y los remates en el MALi. “Supongo que por esa independencia nunca fui escogido para representar al Perú. Me parece que aún no se cuenta la verdadera historia. Los historiadores están en los archivos mientras los curadores organizan la movida contemporánea”, dispara. Y su voz rebota sobre la colorida serie de cíclopes que siguen brotando de sus manos.

Han pasado 50 años desde su primera pincelada y todo indica que la fuente de inspiración de Ramiro Llona sigue siendo trabajar todos los días. Pasarán tantos otros años más y seguirá pintando porque, si no lo hace, muere. Tal vez por eso cada cuadro suyo es una herida esmaltada de luz.

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