Se ha estrenado “Misión Imposible – Sentencia Final”, título que pondría término a una saga que pasó de ser el recuerdo de una serie televisiva de las décadas 60 y 70, para llegar al cine en 1996 de la mano del director Brian De Palma. Un punto de partida que, pese a tener la naturaleza de un encargo para el renombrado realizador proveniente de la cantera del Nuevo Hollywood, exudaba cinefilia -ahí está la famosa escena en que el protagonista se descuelga del techo y que es un homenaje a “Topkapi” (1964) de Jules Dassin-. No obstante, lo que significó, sobre todo, a nivel de la cultura popular, fue el reconocimiento definitivo de Tom Cruise como uno de los hombres fuertes del cine de acción.
Casi tres décadas después, el peligro identificado como una suerte de rezago de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética en esa primera película, ha ido transformándose hasta llegar al punto de convertirse en una amenaza mundial que el agente Ethan Hunt (Cruise) y su equipo deben detener. A tono con los tiempos, se trata de una inteligencia artificial -denominada como “La entidad”- que ha cobrado una consciencia destructiva para el ciberespacio y la defensa de las naciones.
Estamos frente a un guion enrevesado, cuya narración encuentra sus puntos fuertes en esos flashbacks que ponen el foco en la trayectoria y en la historia personal del agente Hunter; además de ser efectiva en la dosificación de la tensión y el suspenso. El trabajo del director -y también guionista- Christopher McQuarrie es el de un conocedor del oficio que entrega su labor para el lucimiento de su estrella. Ahora bien, por esto último que menciono, podría pensarse que se trata de una cinta de acción más. No es así.
El interés de “Misión Imposible – Sentencia Final” se halla en que, gracias a las breves vueltas al pasado que mencionamos, con imágenes de su protagonista en los capítulos anteriores, remite, probablemente sin proponérselo, a una reflexión sobre el tiempo. Y no nos referimos a los cambios físicos, sino a cómo el arrojo y la vivencia de la aventura no son los mismos. El Ethan Hunt de hace treinta años estaba revestido por cierto desenfado que hoy, tras todo lo vivido no muestra, en medio de una soledad autoinfligida. Si se tratara de un western, la escena final, en que el mejor agente de la FMI desaparece entre la multitud de Londres, bien podría tener de fondo un tema parecido al “Ride away” que aparece en la última secuencia de “Más corazón que odio” (1956), de John Ford.
Finalmente, es verdad que esta película puede verse como un manifiesto en favor de la experiencia en salas -no solo porque Cruise ha mostrado un claro rechazo al estreno en plataformas de streaming, sino porque el espectáculo de acción que ofrece no es digno de la pantalla chica-. Sin embargo, “Misión Imposible – Sentencia Final” también logra ser un recordatorio de que el cine, pese a las pantallas verdes y otros atrezos digitales, puede ser aún ese espacio donde la ficción o el ensueño alcanza ese cariz tangible en el que todavía sobreviven pocos convencidos de que ningún efecto superará a la vida y que el trabajo de un doble solo luce bien, pero no transmite lo mismo. Lo hizo Buster Keaton en las primeras décadas del cine y lo hace Tom Cruise hoy, cuando se sostiene del ala de una avioneta en marcha. Una dosis de locura necesaria ahora y siempre.