Bruno Odar da una clase maestra de teatro. Lo que hace en la sala abarrotada del teatro Julieta es apoteósico. Teatro sobre teatro. Shakespeare es el pretexto. La cima del teatro occidental en clave peruana. Una versión nacional que homenajea a tal punto al dramaturgo inglés que nos persuade de su interpretación categórica y definitiva. A propósito de personajes femeninos de la dramaturgia shakespeariana, el unipersonal es una reflexión pura metateatral. El cuerpo del actor como encarnación de una cadena de personajes que lo van poseyendo para dar lecciones de actuación. No solo es la reflexión sobre la femineidad y sus travesías de resistencia en la historia de la humanidad, sino de cómo se corporiza un personaje desde la visión de un actor lleno de talento absoluto.
Por eso, lo que vemos en el proscenio es una apología al teatro como arte catártico. Como una de las formas en que la ficción proyecta nuestra tensión como individuos. Bajo un juego de luces que dramatizan cada una de sus mujeres, que tienen voz y reclaman su presencia, Odar, con una majestad inolvidable, configura un orden escénico que lo convierte en un prolijo pedagogo. Si algo hay de magnificencia en el teatro peruano contemporáneo, aquí lo tenemos. Incluso, sospechamos, parece una ceremonia escénica del adiós, donde va heredando al público un gesto generoso de actuación, convenciéndonos de que es posible conmovernos hasta la saciedad. Diría que es una rotunda acción pública que este primer actor ofrece cual irrefutable prueba de su sabiduría escénica.
Es por ello, que, con una indumentaria que se va despojando con precisión, aplicadamente, para dar forma a un ente psíquico distinto, múltiple, como una legión que se despliega enérgico, potente, ante las variaciones de la luz y el sonido, moviéndose, magistralmente, con la compleja disposición mental que el dramaturgo ha compuesto. Es que mucho de ello sucede en nuestras mentes. El ensamblaje entre la palabra precisa, exacta, escrupulosa, que define un precepto de la realidad construida para nosotros y un cuerpo actoral que resguarda diligente, eficiente, resuelto, la necesidad escénica planteada. Cada frase es lanzada con peso, densidad, espesor verbal, que, dirigida hacia el espectador, lo inquieta, lo encarrila hacia el gozo sereno, vital, profundo, de una puesta de escena soberbia.
Odar, nos da lo mejor de lo suyo, con esa esplendidez de aquellos que saben que el teatro es la manera más bella de mostrarnos un mundo alterno, único, insuperable.