La Calle del Terror: la Reina del Baile, por Leny Fernández

por marcerosalescordova@gmail.com
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Hace cuatro años, en plena pandemia, se estrenó, en Netflix, la trilogía “La calle del terror”, basada en la homónima serie de libros juveniles escritos por R. L. Stine —también autor de los títulos que fueron insumo para la serie de televisión “Escalofríos”.  Dirigidas por Leigh Janiak, estas películas, que solo parecían ofrecer entretenimiento, resultaban sorprendentes por la complejidad que planteaban a nivel social —los contrastes entre el Estados Unidos de los ganadores (Sunnyvale) y el país de los fracasados (Shadyside)— pero, también, por una cinefilia alimentada con los filmes de horror de las tres últimas décadas del siglo XX, y fuertes dosis de crueldad, que nos devolvían a la sustancia más rebelde del cine gore.

Con esos antecedentes, llega “La calle del terror: La reina del baile”, a partir de una historia que se presenta como un nuevo capítulo, aunque independiente del misterio que se buscaba desentrañar en la trilogía previa —el origen de la maldición que una bruja cernió sobre Shadyside. Bajo la dirección de Matt Palmer, esta película nos sitúa en dicha localidad, en los años ochenta, y, tal como se desprende del título, se concentra en la noche de promoción de su escuela secundaria. 

Al respecto, un punto que llama la atención es que el Shadyside, propuesto por Palmer, no luce la decadencia que la caracterizaba en las primeras entregas, pese a que la protagonista (India Fowler) aluda a ello en el racconto de la secuencia inicial.  Esa falta de acento, de manera patente, y no solo como línea de guion, en lo que identificaba a Shadyside, puede parecer un detalle menor; no obstante, logra marcar el tono de lo que se ve.

Así, “La calle del terror: La reina del baile” —a diferencia de sus predecesoras, en las que la ciudad era un personaje más, que apuntaba a un espectro social con sus dificultades y taras—, resulta ser la aplicación de una poco ingeniosa receta de película de adolescentes —no faltan la chica más popular y su séquito; la víctima de bullying; la friki que se viste de negro; y el galán con el que sueña la protagonista— a la que se le han añadido muertes y mutilaciones que, por lo previsibles, resultan mecánicas. Ni siquiera el supuesto giro argumental, que aparece hacia el final, logra convencer. Pese a su buen conjunto de actores, esta entrega representa un bajón en una saga que tenía el potencial de llevar al público más joven por el sendero de un mejor cine.

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