Inmaculada

Por Leny Fernández | "Inmaculada" decepciona con una fórmula previsible del género, opacando el talento de Sydney Sweeney.

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Inmaculada

Hace algunas ediciones comentamos “La primera profecía” de Arkasha Stevenson, en donde una aspirante a monja arribaba a Roma desde Estados Unidos para internarse en una congregación sobre la que luego descubriría oscuros objetivos. Una inteligente propuesta que funcionaba como precuela de la mítica “La profecía” (1976) de Richard Donner, en la que la llegada del Anticristo se producía en el seno del país más poderoso del mundo.

Hoy es el turno de “Inmaculada” de Michael Mohan, película con una premisa muy similar y con Sydney Sweeney (una de las estrellas de la serie “Euphoria”) como protagonista. No obstante, el resultado dista de ser satisfactorio. Y esto es porque si bien “La última profecía” recurría a varias convenciones del horror religioso, también se sostenía en la exploración psicológica de su heroína, y en una atmósfera inquietante que, a su vez, era resultado de la época convulsa en la que se ubicaba la narración (los años 70).  

En “Inmaculada”, en cambio, lo que hay es un afán por completar la fórmula del subgénero con cada uno de sus elementos (una novicia ingenua; un convento en medio de la nada; perturbadoras monjas que miran fijamente; misteriosos mensajes que llegan a través de versículos bíblicos, etc), sin brindar un conocimiento de su protagonista, de sus temores, o de alguna carga del pasado. Solo un atisbo a un episodio de niñez que sirve para justificar que ella haya sido “elegida”. Punto.

Resulta curioso, por otro lado, que Mohan incluya en “Inmaculada” sendos homenajes a Dario Argento, Roman Polanski, y Alfred Hitchcock -cineastas siempre dispuestos al riesgo y al atrevimiento en fondo y forma-, cuando él nada más se preocupa en ejecutar unos cuantos golpes de efecto para entretener a una platea poco exigente. Es verdad que el talento de Sweeney y el de otras actrices secundarias hacen que la experiencia levante algo de vuelo, pero no resulta suficiente para sacar a la película de un conformismo que redunda en un gran bostezo.

Quizás el mayor valor de “Inmaculada” sea que se suma a una serie de filmes que abordan el embarazo y la maternidad para desacralizarlos y darles un sitial nada romántico. Un signo de saludable modernidad que siempre se agradece.

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