Entre el arte plástico y la ingesta de psicoactivos, exactamente en esa intersección, hay un tesoro escondido. Relación fascinante desde épocas inmemoriales, completamente enraizada en la búsqueda humana de experiencias alteradas de conciencia, el matrimonio pintura-psicoactivos genera la apertura de portales hacia dimensiones espirituales e influye directamente en la iconografía y la estética de una corriente artística que, felizmente, ya tiene carta de ciudadanía: Pablo Amaringo, el pionero; Casilda Pinchi o Juan Carlos Taminchi compartiendo la misma espiritualidad con Harry Chávez y Mariana Tschudi.
La propuesta del artista Guillermo de Orbegoso (Lima, 1977), más bien, reviste otra complejidad. Por un lado, busca una reconexión con los rituales ancestrales en torno a lo sagrado y, al mismo tiempo, establecer un viaje interior mediante estados modificados de conciencia como herramientas de introspección y revelación creativa. Además, su exploración sobre psicoactivos, especialmente hongos y ayahuasca, no solo expande su horizonte creativo: estudia los efectos de estas sustancias en la mente y la creatividad, así como su impacto neurológico y psicológico.
Formado desde niño en el cultivo y recolección de restos arqueológicos precolombinos, De Orbegoso fue cargando su universo con esas influencias: la rúbrica ancestral de los antiguos peruanos sobre telares y ceramios, con especial fijación en el arte del intermedio tardío de los tejedores y alfareros de la cultura Chancay, terminó por influir decisivamente en el joven artista barranquino, abierto a las prácticas y experiencias visionarias generadas por el descentramiento de la operatividad racional del yo.
Así, el trazado de sus primeras obras estaría gobernada por espacios concomitantes al cómic, la pintura rupestre y probablemente el art brut. De Orbegoso no solo es un pintor, es un psiconauta que, al tiempo de dibujar, explora las posibilidades del sistema medicinal amazónico. Producto de esto son las 22 pinturas sobre papel que componen “Los cielos de abajo”, una serie de representaciones visuales con las que el artista conjura el periodo más oscuro de su existencia.
Reconociendo “cierta tosquedad en la gestión de la materia, el arte de Guillermo de Orbegoso también transita en torno a sus influencias plásticas —Anton Heyboer, Joseph Beuys, Andy Goldsworthy— y de otra índole: la poesía de Watanabe, el viento del desierto, las lenguas olvidadas, los tambores inmemoriales y los ritmos de la costa peruana, como el tondero y las marineras, de las que es conspicuo cultor y ejecutante. Sin olvidar, claro, los ícaros amazónicos, esa danza etérea de la selva que pinta cielos invisibles y coreografía la luz. Esa luz que alza vuelo cuando el chamán canta.
Así, inmediatamente después de haberse mostrado como el delicadísimo dibujante que también es (“Postales psicodélicas Lomas de Lima, julio de 2022) y de presentar una muestra no menos perturbadora en Brooklyn (Heavens Below – octubre de 2022), De Orbegoso reaparece con esta muestra tributaria del chamanismo, esa técnica arcaica del éxtasis que pendula entre el dominio del fuego y el vuelo mágico, en un trance fagocitado por ascensiones celestes y descensos infernales. La marca de fábrica aquí es que todo fluye a través de la danza, las plantas sagradas, el canto, la meditación y la abstracción. En suma, el éxtasis como vehículo directo hacia la belleza.
La muestra estará en la Casa Bresciani (Bresciani 151, Barranco) entre el 12 y 30 de diciembre. Horario: martes a domingo de 10 a.m. a 1 p.m. y de 3 p.m. a 6 p.m. Visitas guiadas: 15 y 22 de diciembre. Entrada: libre