Hamlet

Por Rubén Quiroz | Una puesta en escena que diluye la esencia shakesperiana con una dirección confusa y actuaciones constreñidas, dejando al clásico sin su densidad filosófica ni su poder dramático.

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Hamlet

Esta puesta de Hamlet en el teatro municipal de Lima es una mescolanza de varias proyecciones escénicas distintas que no se ensamblan. Parte de una idea borrosa, sin la suficiente claridad ni sentido notorio de la pretensión teatral, que nunca cuaja, justamente por lo etéreo que condena a los actores a restringir su talento. Entre un falso musical, anodino, innecesario, monótono, empalagoso de tanto repetir unas canciones que poco tienen que ver con el texto shakesperiano y, con toques de comedia involuntaria, cuando el espesor de este clásico es su histórica densidad reflexiva.

Al tener un rumbo desorientado, hay momentos en la que no se sabe la clave narrativa en la que está siendo contada. La licencia maleable, ambigua, del director para intervenir los ejes dramáticos, han producido una escenificación olvidable. Todos los actores quedan constreñidos a una visión que se enreda sobre sí misma y pasma al espectador que, en muchos casos, se carcajea en momentos más bien de supuesta profundidad pensativa. Y eso hace que los actores sean irreconocibles. Deambulan sobre una escenografía dispersa, pretensiosa, cuya presencia plástica acentúa la confusión, además de reducir la acústica que afecta la rítmica y proyección de la vocalización.

Bajo un marco musical incompresible, tan personal al punto de la inconsistencia, el playlist personal que se confunde como atmósfera declamatoria de una obra que exige otros recursos sonoros. Fuerza al elenco a cantar desconectados de los sucesos trascendentales de las tablas.  Pero lo más grave es la concepción de la psicología de los personajes. Hamlet (un Luque desconocido) es descrito como un cobarde desconcertado, pusilánime, no como alguien que tiene un profundo dolor transformador. Tampoco se nota la demencia estratégica, calculada, cerebral, ni el vuelo poético y filosófico tan hamletiano, lo ha convertido en un personaje despolitizado, limitado, sin lucha por el poder, como dejándose llevar por las circunstancias, sin la majestad de sus agudas meditaciones.

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La venganza, uno de los motores mentales de este clásico, es inexistente. Los actos son presentados como accidentales, movidos por esporádicas casualidades, antes que resultados decisivos de una maniobra planificada. Entonces, desaparece la tensión del desquite frenético, esperado, concebido, que provoca el ajuste de cuentas inminente. Hamlet es un pelele movilizado por razones fútiles. Sin consistencia dramática, queda un personaje confundido hasta en los momentos más categóricos. 

Los demás personajes vagan, fantasmagóricos, innecesariamente oníricos, como una incompleta opereta, en la que belleza filosófica del texto se disuelve al ser más que actuado, recitado. Es un Hamlet sin tragedia, sin reflexión, sin nihilismo, en la que la propia escenificación aún busca ser o no ser.

Ficha:

Dirección: Jean Pierre Gamarra. 

Elenco:  Fernando Luque, Patricia Barreto, Alonso Cano, Maria Grazia Gamarra, Óscar Yépez, Amaranta Kun, entre otros.

Lugar: Teatro Municipal de Lima

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