El Goce Shakespeariano, por Rubén Quiroz

El homenaje a Shakespeare prometía grandeza, pero su ejecución fragmentada y su falta de cohesión lo desdibujan.

por marcerosalescordova@gmail.com
Goce Shakespeariano

Planteado como un homenaje a célebres escenas de las obras de Shakespeare en la se entrecruzan una suerte de amago de teatro musical, con danza contemporánea como marcadores de separación de las fases escénicas y con una pretensión coral en la que los roles son intercambiables. Dirigida por el buen actor Fernando Luque, de quien sus personajes en clave de Molière son muchísimos mejores que los shakesperianos y, al parecer, se extiende también a su mano como arquitecto que dirige, en este caso, un confuso tributo teatral.

En esa buena idea de jugar con una visión comunal en la que todos tienen la misma posibilidad de encarnar los personajes colisiona con la realidad. En vez de favorecer la densidad de la psicología dramática, tan conocida y requerida de cualquier protagonista del dramaturgo inglés, esta se diluye y extravía con incauto entusiasmo ya que el elenco no necesariamente responde en igualdad de condiciones actorales y resultados escénicos. De ese modo, se mezclan las aspiraciones de una recreación colectiva con roles canjeables que poco apoyan a la estrategia definida desde la dirección.

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La situación más clamorosa e indigna de la tradición shakesperiana es cuando hacen play back. Entonces, notamos todas las contradicciones conceptuales. Ya no se trata solo de las actuaciones a las que fueron condenados a imitar en un intento fallido de teatro musical sino de los mismos objetivos que Luque quiso mostrar. De ese modo, el anhelo del goce shakesperiano más parece un desmoronamiento planificado, un experimento que, aunque abundante en frenesí y energía juvenil, se acerca a un desmantelamiento sin posibilidad de recuperación del aura de Shakespeare. Por supuesto, si se estira el concepto de que es una versión legítima y, acaso, el ensayo de un elenco en entrenamiento, se puede ser concesivo. Pero no lo es.   

Lo que debió ser un delirio maravilloso se convirtió en un galimatías fatigoso. El entusiasmo está, la entrega decente también, incluso se nota la genuina ambición, pero el grupo de actores desenvuelven más una representación de buenas intenciones, las virtudes individuales son sacrificadas en larguísimas e innecesarias canciones que no entonan. Y los espectadores asisten a un simulacro. En vez de llevarlas a su máxima expresión son aplastadas por un enfoque timorato que ha desconfiado de sus voces en vivo. Tal vez allí la profundidad dramática hubiera sido posible. Aunque la coreografía tiene la virtud de una ejecución correcta en sí misma, sin embargo no hay vínculo imprescindible con el sentido de la puesta en su totalidad.

Es evidente que cualquier imitación desactiva los niveles de hondura requeridas para unas escenas que así lo exigen y que, las legendarias obras de Shakespeare lo merecen.

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