Desembarco artístico en Callao Monumental

por Diana

​Son un ejército de artistas que acaban de llegar al puerto del Callao para generar una descarga de luz y color francamente aluvional: composiciones en témpera, acrílico o pastel sobre multitud de soportes. Iconografía nacional y foránea. Variedad de estilos y estéticas. La historia, el retrato, el paisaje. Los bosques, las flores, los frutos. Lienzos trabajados con zumo vegetal, armonías creadas con aceites por oxidación. Dibujos hechos con hilos de vicuña. Puntos de vista bidimensionales, narrativas épicas. Del pop al minimalismo y del dripping y grafiti. Usando aglutinantes sintéticos. O pintura fabricada con el barro de nuestra selva madre.

En esa línea, amigable con la naturaleza, encuentra su sensibilidad creativa el colectivo Savia 2023 compuesto por doce  egresados de la Escuela de Bellas Artes que unen dones y talentos para una muestra conjunta centrada en el cuidado a la Pacha Mama, idea que también gobierna el trabajo de otro colectivo, Animalia, conformado por Nadia Arce, Gabriel Furgiuele y Juan Carlos Catacora, exalumnos de la Universidad Católica que rinden tributo al reino animal a través de una serie de acrílicos, óleos y dibujos protagonizados por reptiles depredadores semiacuáticos. También hay felinos cuya ferocidad ha sido atrapada extremando las posibilidades gráficas del arte digital.

Hugo Salazar Chuquimango: “Escudo”. Grabado digital, impreso en lona cruda, a partir de acuarela y tinta estilográfica sobre papel. 2023.

-Carne de pixel-

Será precisamente en esa excursión hacia aquellos territorios tecnológicos donde un grupo de artistas encuentren su veta:  trabajando exclusivamente sobre lona cruda —material cálido, flexible y portátil— aparece la obra multiforme del colectivo La Hora Tinta, trece cusqueños comandados por Vera Tyuleneva, gestora cultural oriunda de San Petesburgo, que, a partir del título “X / ∞ (Equis del Infinito)”, experimentan con el grabado digital trazando un horizonte habitado por mamachas hilanderas, súcubos andinos y réplicas precolombinas súbitamente arrastradas hacia una marea de pixeles donde el arte florece. Intacto. Recubierto por la riqueza espiritual del mundo andino.

Ocurre que el trabajo de Andrea Flores, Fabrizzio Yabar, Elvis Mena, Paolo Vigo, Daniela Farfán, Edson Chacón, Lennin Vásquez, Cristian Dávila, Hugo Salazar Chuquimango, Edwar Garcés, Gustavo Fernández y Edwin Chávez consiste, como apunta Tyuleneva, en “ir borrando paulatinamente la frontera entre el sacro original y la profana copia para que un aficionado al arte, curioso, leído, despierto, pero no muy adinerado, pueda llevarse a su casa una de nuestras telas”. En cualquier caso, creemos que se trata de un conjunto generado por el exquisito arsenal multimedia en sacrílega cruzada contra cierto costumbrismo de etiqueta.

Cosa que tampoco ocurre con el bordado textil de Felipe Coaquira (Arequipa, 1978). Lo suyo es un hiperbólico tributo al arte textil del Colca en una trashumancia que remonta lo ancestral para pintar con hilo y aguja toriles, chutos, huacones y qorilazos. Todo está tejido con la fina madeja de la memoria comunitaria. Tránsito en el que también están 26 óleos ovalados con los que Israel Tolentino (Huánuco, 1975) homenajea al pueblo yanesha. El performer Antonio Gonzales Paucar (Huancayo, 1973), en cambio, usará su cuerpo como matriz para poblar la sala 113 con impresiones de pintura y grabado corporal.

Pancho Basurco: De la serie mandalas. Semillas de açai teñidas. 1 m diámetro

-Mar de fondo-

La cajita de fósforos como ataúd de una víctima del terrorismo o esas bolsas plásticas con las que se hace el mercado oficiando como máscaras funerarias componen la mirada de Richard Arévalo (Sullana, 1983), especialmente cáustico frente a las nociones de poder y la violencia política. Otra será la hipérbole visual de Sun Cok (Lima, 1971), quien con tinta seca y acuarela traza paisajes urbanos que apenas se vislumbran en medio de un desenfoque gris saturado de melancolía. Lo de Hans Hauler (Lima, 1984), más bien, se decanta por un pop libérrimo en complicidad con el grafiti guerrillero.

Y hacia el final, será preciso atravesar un espléndido bosque de tocapus, mandalas, sogas y fibras amazónicas esmaltadas con escamas de paiche, cuentas de metal y semillas de açai, por obra y gracia del ubicuo Pancho Basurco (Lima, 1973) para llegar a los lienzos de Toño García (Lima, 1969), cuyo universo está poblado de oropéndolas, tucanes y superficies que reciben el primoroso bordado andino. Vías que conducen a un territorio cuya complejidad cromática está cargada de pigmentos, aglutinantes y disolventes.

En fin, todo un ensamble edificado con madera, resina, tiza, arcilla o alambre. Hay collages bordados con hilo fino y esculturas de cartón. Mallas de plástico y metal que corren sobre superficies de trupan. Por cierto, para recibir semejante bloque —que supera el centenar de obras artísticas— era imprescindible contar con un gran espacio compuesto, a su vez, por múltiples salas intercomunicadas, de modo que la cosa funcione como un solo cuerpo. Tarea que Leyla Aboudayeh, directora artística de Monumental Callao, asume con particular solvencia. Para que el sello identitario de nuestro arte siga brillando al borde del océano.

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