Se ha estrenado en salas “De noche con el diablo”, dirigida por los australianos Colin y Cameron Caimes, quienes, sirviéndose del recurso del “metraje encontrado”, ponen en pantalla lo que habría ocurrido en el set de un programa televisivo de entrevistas, durante su emisión en la noche de Halloween de 1977. Una premisa que nos prepara, como sucede en otras cintas del “terror found footage”, para recorrer el camino de lo sobrenatural, incluyendo el descubrimiento del origen del mal que acecha a las víctimas de su historia. Y, es en ese punto, en que los directores -y también guionistas- eligen torcer las reglas de juego, para convertir los elementos de horror en un pretexto (o “MacGuffin” como lo llamaría el genio Alfred Hitchcock) y así explorar la perversidad que se puede hallar en la desesperada búsqueda del éxito.
Directores de la talla de Billy Wilder con “El gran carnaval” (1951), o Sidney Lumet con la emblemática “Network” (1976), ya habían transitado los territorios más sórdidos de los medios de comunicación, esos en los que todo vale para conseguir reconocimiento o mejores índices de audiencia. Es allí donde podemos ubicar “De noche con el diablo”, que, a pesar de echar mano del terror, interesa más por mostrar el detrás de cámaras de una sesión donde la falta de escrúpulos es el verdadero demonio. Así, a medida que transcurren los minutos, el programa va pareciéndose más a esos decadentes talk shows que ganaron popularidad en los años noventa y dos mil, con un presentador (David Dastmalchian) al que la exposición de una niña, o la enfermedad de un panelista, solo se dimensionan en dígitos de rating.
No obstante esa acertada inmersión en la abyección de su protagonista; su ácida crítica a la cultura del espectáculo y del éxito; así como su cuidada estética setentera, “De noche con el diablo” no resulta muy original cuando de horror se trata. Sus directores se limitan a aplicar golpes de efecto que, a estas alturas, ya no provocan perturbación por ser demasiado deudoras de clásicos que van desde “El bebé de Rosemary” (1968), “El exorcista” (1973), hasta “Carrie” (1976). Y es que, si bien la cinefilia de los realizadores siempre se aprecia, creemos firmemente que hasta los homenajes deben tener alguna cuota personal.