Desde claves pretendidamente cómicas, esta propuesta intenta radiografiar nuestra imposibilidad de estructurarnos como proyecto de nación. Entre chanzas de usanza en los barrios de Lima, unos variopintos personajes suben a una destartalada y metafórica combi, con toda esa violenta carga semántica, y parten, entre tropiezos y azares a Orión, como símbolo galáctico y paródico, de un futuro absurdo. Con ritmo vehemente, con varios altibajos dramáticos, nos muestran, con rabiosa crudeza, el increíble e inverosímil rompecabezas social que somos. Plantea la descripción conductual de un sector de la población que atraviesa la megaciudad a punta de actos frenéticos de sobrevivencia y rebosantes de taras irrefrenables.
Al elegir, tanto el dramaturgo como el director, que el punto de vista de un país inexplicable debía hacerse desde los que habitan los márgenes y usan cotidianamente diversos mecanismos de sobrevivencia, nos señala también el toque clasista del enfoque. El suponer que la mayor carga de responsabilidad sobre la ruta de colisión que tenemos se debe a individuos con ciertas características étnicas y de formación educativa, es colocar demasiado peso moral sobre un lado de la balanza. Es por ello, que más allá del ejercicio de vincularlo a elementos y referencias de la física, en varios momentos de la puesta, incluso en sus mejores escenas, el tono victimista, condenatorio, rehúsa la contundencia de la crítica que aspira.
Eso sucede, no solo con esta puesta de escena, sino con algunas obras contemporáneas peruanas, que, en su afán de cuestionar el orden social e intentar responder las terribles preguntas de nuestras vicisitudes nacionales, apelan, paradójicamente a resaltar los estereotipos que, más bien, son los que deben firmemente reprochar. La responsabilidad del fracaso del proyecto país, según estas lecturas escénicas, es la supuesta lógica inherente de derrota de los grupos más marginados. Como es obvio, contar solo esta parte de la historia peruana de infortunio, y achacar ello a sujetos postergados que han sobrevivido al permanente naufragio, extiende, contrariamente al deseo del guion, las anomalías y sesgos.
Es por eso que los diálogos son una demostración de ese supuesto trastorno social y lingüístico encarnados en una tipología de peruanidad que ya está condenada desde sus orígenes. Por ello, más que desesperanzadora, es una reafirmación de los estigmas que requieren ser refutadas. Además de inconexiones entre algunas escenas, la apelación a ocurrencias y chistes de rápido entendimiento le dan la cómoda fluidez que va más bien por la epidermis. Y, moviéndose en la superficie socarrona, encaja en un público que busca evadir una realidad que se reconoce y, acaso, respira aliviado, porque no es suya o, simplemente, es lejana.
Dirige: Fito Bustamante
Guion: César Vera Latorre
Actúan: Juan Carlos Díaz, Yaremís Rebaza, Rosella Roggero, José Gomez, Valquiria Che-Piu y César Vera Latorre.
Lugar: Nuevo Teatro Julieta, Miraflores jueves a domingo a las 8 p. m