¡Casa, llegué a Cariño!

Por Rubén Quiroz Ávila | Una comedia sobre el frágil paraíso del autoengaño, con Karina Jordán en una actuación brillante.

por marcerosalescordova@gmail.com
Casa llegué a Cariño

El título delata el reverso tanto epocal como de sentido trastornado que trata esta comedia manejada a buen ritmo actoral y con una seductora actuación de Karina Jordan, que está en uno de sus mejores momentos escénicos en que el papel calza en su piel dramática. En tono irónico, la puesta de escena plantea la brecha entre el analgésico paraíso inventado, la complicidad sinuosa de una pareja para evitar el regreso a lo verdadero y unos perversos encubridores que promueven la misma fractura retorcida de la realidad.

Por eso, las realidades paralelas que habitan los personajes y, a pesar que sospechan de lo innegable, prefieren seguir en un universo falso en la que ha quedado abolida toda forma de inquietud. Un mundo perfecto suspendido en el tiempo en la que lo falaz es la norma, lo irreal el camino elegido. El registro visual de la escenografía es persuasivo para adentrarnos en una confusión pactada adrede para fingir ser feliz. Las turbaciones de vida cotidiana quedan inmovilizadas, alejadas, expulsadas, en este fluctuante hogar donde el edén ha sido fabricado, como un búnker de complacencia, porque es el único lugar en la que la mentira ofrece dicha.

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Y en eso acierta tanto el guion bien elegido para estas circunstancias actuales y ensambladas por las actuaciones rigurosamente elocuentes, ya que nos adentra en el reconocimiento de que todos hemos ido creando y creyendo nuestros propios oasis personales que nos han consolado de la crueldad inminente de lo que nos rodea. Sin embargo, cuando la felicidad es artificial, se vuelve insostenible y la mínima agitación revela la contundente verdad. Y la certeza siempre tiene la precisión de una demolición implacable. Descubierta y, sobre todo, aceptada la veracidad, lo que sigue es el derrumbe de un castillo que estaba montado sobre una farsa compartida.

Entonces, se inicia el asentimiento de que la ilusión es también un modo de locura cuando se pretende convertir en sustituto de lo que existe, un acto de complicidad mutua que aparenta inocencia e idealismo, pero es profundamente demencial. Más cuando está confeccionada como una zona impoluta, aséptica, de roles jerárquicos naturalizados, de conductas peligrosas consentidas en tanto mantienen la simulación. Cualquier quimera se rompe y, una vez más, brota la certidumbre con su contundencia.  Las apariencias y el juego que se hace en torno a ellas, por más que nos reconforten temporalmente y queramos mantenerlas como un estilo de vida, va a estallar ante el poder disolvente de la realidad y la autenticidad. Ninguna coartada de un tiempo privilegiado asentada en una argucia permanece y esa es la lección de esta recomendable puesta.

Ficha:

Dirección: Patricia Biffi

Guion: Laura Wade

Elenco: Karina Jordán, Sebastián Rubio, Milena Alva, Lilian Schiappa-Pietra, Tommy Párraga y Vanessa Zeuner.

Lugar: Teatro Británico. (Calle Bellavista 527, Miraflores)

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