Alemanes de Zaragoza

Por Ricardo González Vigil | En la obra de Sergio del Molino se explora la herencia alemana en Zaragoza, con temas como el nazismo y la identidad.

por marcerosalescordova@gmail.com
Ricardo González Vigil. Los Alemanes.

El excelente Premio Alfaguara de Novela 2024, Los alemanes (322 pp.), de Sergio del Molino (Madrid, 1979), a través de las familias Schuster – protagonista de la obra- y Klein, diferentes en muchos aspectos (evitando así el esquematismo generalizador sobre la idiosincrasia alemana), enfoca la existencia en Zaragoza de una comunidad de descendientes de alemanes, que, en 1916, sacudidos por la primera guerra mundial, migraron a España provenientes de Camerún.

Primero le dedicó a esa comunidad un reportaje, en 2009. Ahora acude al poder de la imaginación creadora para develar el peso de la herencia alemana. Su vínculo siniestro con el nazismo y el neonazismo, actúa totalmente en el papá Schuster, causa del ensimismamiento evasivo de la mamá Schuster. Herencia que tratan de procesar Eva y Fede Schuster y Berta Klein, y/o dinamitar Gabi Schuster. Nótese que los hermanos Schuster y Berta cultivan campos en los que ha sobresalido la población germánica: la música (Gabi), la política como misión civilizadora (Eva, a la que zahiere el sedicioso Gabi llamándola Eva Braun: vertiente del Sacro Imperio Romano Germánico, deformado abominablemente por el Tercer Reich nazi), la filosofía (Fede) y la física (Berta).

Resulta crucial cómo Fede comenta el famoso ensayo de Arendt sobre la banalidad del mal: “Eichmann: sabías perfectamente lo que hacías y lo hiciste con gusto (…) lo aterrador, dice Arendt, era que todo ese espanto procedía de un tipo banal (…) un tipo tan ambicioso como mediocre” (pp. 96- 97). Y banal, mediocre y deshumanizado (sin la riqueza interior de su esposa
y sus hijos), es el papá Schuster. Nada mediocre, pero también banal y manipulador es el alcalde Alfonso, una figura paterna, supuestamente democrática y humanizadora, con la que pretendió Eva sustituir a su abominable padre. De otro lado, resulta banal el fanático Zin, un cazador de criminales nazis dispuesto a todo, tan racista como un nazi: “yo creo que el nazismo se transmite por la sangre. (…) Y creo que la culpa se hereda y que los crímenes de nuestros antepasados son nuestros también” (p. 179).

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